Todavía
no saben
que en el
fondo de mi pecho
hay una
mina de oro.
Si lo
supieran
no me
tratarían así.
Pero es
precisamente ese
el motivo
por el cual
yo lo
escondo.
Porque si
lo supieran
mi oro se
fundiría
como los
glaciares
con el exceso
de calor
inundando
la tierra,
desbordando
los cauces
de sus
ríos.
Quizá
entonces la tierra
se bañaría
de oro
pero sería
oro esparcido
y, por lo
tanto,
carente de
valor.
Sería,
seguramente, bonito.
Muchos
estarían contentos.
Pero
sería un gran error.
Porque el
oro que habita
en el
centro secreto de mi pecho
solamente
puede expandirse
si alguien
sabe tirar del hilo.
Solamente
da fruto
si permanece
escondido
y si
alguien con la mirada transparente
llama con
golpes suaves y sinceros
a la pequeña
puerta que lo alberga.
Entonces
sí.
Entonces,
si estira del hilo,
brotarán de
esa fuente
maravillosos
vestidos
con los
que vestir
a una
humanidad
más digna
que se
habrá hecho capaz
de vislumbrar
un resplandor dorado
en nuestras miserables pupilas.
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