viernes, 13 de junio de 2014

Breve reflexión entorno a una gata

     A veces, al observar a mi gata, me pregunto si la mirada que yo tengo sobre ella podría asemejarse a la  mirada que un supuesto dios podría tener sobre mí. Veo su comportamiento, que responde a los movimientos que realizo, y cómo su ser se constituye en parte en función de lo que le doy y de cómo actúo. Pienso si ella me percibe a mí de un modo semejante a como yo percibo que me trata, no ya dios, sino la vida: los límites que le pongo, las puertas que a veces le cierro, los horizontes que inesperadamente le abro… 
     Siempre me he preguntado por qué motivo tantos filósofos tienen gatos y creo que solamente ahora, después de dos meses de intensa convivencia con una, atisbo remotamente por qué. Quizá algunas personas no tengan gatos porque son filósofas, sino que son filósofas porque tienen gatos.
    Mi gata, indudablemente, me ofrece una nueva perspectiva sobre la realidad y sobre el mundo, sobre el tiempo y los espacios, sobre el hambre y la sed y las necesidades básicas de la vida; sobre el juego, la velocidad, la ingravidez o la quietud. Sobre lo que supone tener una percepción radicalmente distinta de la existencia. Es una maestra que me enseña a contemplar filosóficamente la vida,  pues gracias al lazo que establezco con ella, ella me enseña a amarla.


    Gracias, Queralt! Y gracias la niña que un buen día en Manresa, en el momento en que le decía a un amigo: “Necesito quelcom que m’ajudi a tocar de peus a terra", amablemente me la ofreció.