martes, 24 de febrero de 2015

De los dones y la concienca

     Una conciencia elevada no consiste en poseer más o menos dones, sino en saber aplicarlos y convertirlos en lo que son: algo dado. Una conciencia que disponiendo de muchos dones no se hace capaz de darlos, es siempre inferior que aquella que teniendo menos los da todos. Y toda conciencia se hace igual a otra en la medida en que da todo lo que tiene. No poseer absolutamente nada: la conciencia nace aquí. 

lunes, 23 de febrero de 2015

miércoles, 18 de febrero de 2015

Ellos

          Regresaron de un largo viaje al borde del abismo.
  Una mañana de invierno, devorados por las olas resplandecientes. Era miércoles y el sol se reflejaba en los rostros de los marinos.  Habían oteado las últimas estrellas, y emergido en silencio del corazón de la noche. Tantas veces olvidados de la vida, del sol o las tormentas. Atrapados en seguridades inciertas, lejos del aire, de la lluvia, del cielo, del mar y las montañas, apresados en sus ritos y funerales, incapaces del sí desnudo y doloroso a la vida.
     Yo era una de ellos, cobarde y anodina, agazapada detrás de una pantalla, refugiada en obligaciones sin sustancia, temerosa del contacto con la brisa o del calor de los rayos en mi cara. Temible cobardía, incapaz de escoger entre la muerte o la locura, locura o poesía: poseía.
     Ahora comprendo aquella frase tantas veces repetida por uno de mis maestros, “¿para qué poetas en tiempos de penuria?” Porque ellos, solamente ellos, se hacen capaces, por un imperativo honesto y lleno de coraje, de regresar a los orígenes auténticos, beber de las fuentes de nuevos manantiales que ningún otro humano ha probado todavía, el coraje de mantenerse a la intemperie sin protección y sin refugio alguno. Y yo, ¡cobarde!, cuánto tiempo derramado y perdido entre las maletas de viaje, que no he sabido abandonar a tiempo, aunque queda todavía algo de tiempo por delante.
    Caminar a la deriva sin guía por el firmamento, acaso guiados por aquel firmamento mismo, sin identidad ni firma. Números de una serie que ha salido de la fila, abandonándose al frío invierno, y al extremo calor en las mañanas de verano. Números que han perdido el DNI, pero saben al menos que ellos no corresponden a los nombres que les pusieron. Valientes perdedores de identidades ficticias que al perderse buscan hacerse idénticos a sí mismos, lo que equivale a hacerse nadie.
     ¿A todos les ocurre? ¿Todos sienten la conmoción de la intemperie a la que sigue un llanto incomprensible y (¿por qué ocultarlo?) cristalino? ¿Ese que en el momento en que la roca se parte y de nuevo el corazón deja oír sus latidos, somos incapaces de concebir, porque es tan lejano, tan suave, tan fino y tan cercano, que nos reconocemos indignos?
     Solamente los insumisos alcanzan a veces un corazón de carne que respira, sienten abrirse las cortezas de los árboles y contemplan exhaustos sus anillos, hasta que allí, en el centro, vislumbran en el fondo sus raíces.
        Y en la rama del árbol, un pájaro que mira. 

martes, 17 de febrero de 2015

domingo, 15 de febrero de 2015

sábado, 14 de febrero de 2015

Los misterios del Shabbath

         

           Estaba esta tarde de sábado tranquilamente en casa jugando al pilla-pilla y al escondite con mi gata, cuando al ver a través de la ventana cómo se difuminaban las nubes y reaparecían en el cielo algunos rayos de sol, he decidido salir a dar un paseo. Entristecida por el súbito abandono --y también, por qué no decirlo, felizmente insumisa--, la gata se me ha subido a los hombros mientras me ataba los cordones de los zapatos, al sospechar que se le avecinaban algunas horas de tedio por delante. Así que, ni cortas ni perezosas, hemos cruzado ambas el umbral de la puerta y hemos salido al exterior, ella mirando al frente cual musa sobre mi hombro derecho, y yo procurando mantener la normalidad y compostura ante tan peculiar situación.
           Y cual no ha sido mi sorpresa cuando, al pasar por delante del Súper Mercado y ocurrírseme comprar algo de pienso para mi pequeño felino, va y en vez de decírseme que está prohibido adentrarse en los lugares públicos con animales domésticos, me he visto acogida con dulces sonrisas y gestos de gran amabilidad, mientras se me decía que podía entrar si así lo deseaba, siempre y cuando mi pequeña tigresa semi-domesticada permaneciera a esa misma altura prudencial del suelo.
             Así se han ido sucediendo toda una serie de entrañables encuentros por el barrio: con la mujer que vendía flores en la esquina... con una extraña pareja (más que la que probablemente formábamos Queralt y yo) a quien he tenido que narrar con pelos y señales el cómo de mi encuentro con la gata y el por qué de su carácter agradecido y afable (¡cómo se nota que desconocen el dolor ácido que produce el contacto de la punta de sus uñas afiladas con la piel!), en la frutería más adelante...
           En fin, que gracias a este inesperado salto de Queralt sobre mis hombros antes de cruzar el umbral de mi casa esta tarde, lo que no habría sido más que un anodino paseo de fin de semana se ha convertido en un paseo que, si no extraordinario, sí ha sido al menos suficientemente memorable como para hacerse digno de ser narrado ahora aquí.

              Feliz tarde de sábado!