lunes, 21 de diciembre de 2020

Cap al 2021... Bon nadal!!!


Entre la neu del capvespre
sota un arbre enmig de boires
creix una flor invisible
de pètals fràgils, 
encara.

Flor nascuda del silenci
que irradia llums daurades.

Creu-me:
entre llàgrimes i pèrdues
resplendeix en el teu ventre
la llum d'un nou sol ixent, 
fill d'un dolor sense pena. 








 

lunes, 30 de noviembre de 2020

Cuento de Navidad

     Lo veía todas las mañanas, sentado sobre una manta, en una esquina de la calle, de camino al trabajo. Tenía los ojos de un verde claro, que parecía velado, como si una capa sutil de polvo se hubiera ido posando lentamente, con el paso del tiempo, sobre su superficie. Su barba grisácea presentaba tonalidades amarillas, y había crecido tanto que estaba llena de enredos. Tenía la cabeza cubierta con un gorro de lana que le llegaba casi hasta las cejas. 
       Cada vez que pasaba por delante me tendía la mano, pero yo siempre tenía prisa, y no tardaba en olvidarme de aquella mirada triste y profunda, aquellas manos callosas, aquel rostro surcado de las arrugas que la intemperie imprime en la piel de algunos desdichados. ¿Desdichados? Eso es lo que pensaba cada vez que pasaba por delante de él, sumergido en mi abrigo de plumas, mientras lo miraba desde arriba, con mi prisa, mis ocupaciones, mi vida. 
           Aquel viejo anónimo me daba pena; y yo creía que aquella pena que me encogía el corazón y el estómago llenándome el cuerpo y el alma de un sufrimiento pegajoso, era compasión. 
      Un día, regresando a casa del trabajo durante la pausa del mediodía, volví a cruzármelo y, por primera vez, nuestros ojos se encontraron realmente. Era un día de invierno soleado. De aquellos días inolvidables en que, después de lluvias y nieblas muy fuertes, amanece despejado y las ramas desnudas de los árboles se recortan con una elegancia y belleza inusuales sobre el azul transparente del cielo claro. 
      Aquel mediodía de principios de diciembre el mendigo estaba en la misma esquina de siempre. Pero esta vez estaba de pie y sonreía. Y la tristeza que normalmente me inundaba al ver sus ojos cansados y entelados por el desgaste del tiempo, era solamente un punto remoto en el interior de sus pupilas. Por lo demás, todo seguía exactamente igual: la manta marrón apoyada en la esquina de la calle, el recipiente de plástico donde había unas pocas monedas, la palma de una mano abierta para recoger otras, y aquel cartel desolador en el suelo, con los palos torcidos y lleno de faltas de ortografía: 


         SOI POVRE. NO TENGO KASA. AIUTAME PORFABOR.

 
           Yo no sé qué fue lo que hizo que aquella vez, por primera vez, decidiera detenerme un segundo a hablar con él. No sé si fue el sol del mediodía que resplandecía en el cielo e invitaba a permanecer en las calles normalmente heladas. O el hecho de que estuviera de pie y sonriera; o aquella mirada que no le había visto nunca antes, quizá porque nunca hasta entonces lo había mirado realmente. Pero el caso es que me detuve, y no fue para lanzarle unas pocas monedas, seguir mi camino y olvidarlo para siempre. No. Me detuve, le toqué ligeramente el codo del brazo que tendía la mano con la palma hacia arriba y le pregunté. 
          - ¿Cómo te llamas? 
        Él me miró algo extrañado y noté como su mano lentamente descendía y su brazo descansaba junto al cuerpo. No hizo nada más. Solamente aquel gesto y aquella respuesta rápida y precisa, en la que no se percibía ningún victimismo, ningún lamento. Sólo algo de la humana calidez que en raras ocasiones emerge cuando dos desconocidos intercambian palabras sin esperar nada a cambio. 
            - Soy Nicolás. ¿Y tú? 
            - Me llamo Pietro. 
     Intenté intercambiar algunas palabras con él, pero fue prácticamente imposible. El mendigo era extranjero y no hablaba mi idioma. Probablemente aquel “¿cómo te llamas?” inicial, fuera lo único que había aprendido. Pasaron unos minutos de comunicación fallida y finalmente nos despedimos, con la misma naturalidad con que aquella vez yo había decidido (si es que lo había decidido yo realmente) pararme un momento a saludarlo. 
       Pasó una semana y no volví a ver a Nicolás sentado en la esquina de la calle como otras veces. Desde el día de nuestro saludo llevaba conmigo una bolsa con algunas mantas, abrigos y algo de fruta y frutos secos para ofrecerle. Esperaba casi con emoción volver a verlo sentado sobre su manta marrón claro --o de pie, con su sonrisa, al inicio de la calle-- e imaginaba con qué alegría podría entregarle aquellos pocos dones que había preparado especialmente para él. Pero no volví a verlo. 
       Pasó otra semana, y otra, y lentamente las calles se cubrieron de hielo, y regresaron la niebla y las lluvias; y las montañas empezaron a cubrirse de nieve. 
         Pasaron tres semanas y la nieve de las montañas llegó hasta las ciudades y empezó a cubrir las calles con su manto blanco, y a amortiguar los ruidos con su suavidad mortecina y silenciosa. 
     Llegó el último domingo de adviento, y la nieve caía con fuerza, acompañada de un viento frío. Los copos golpeaban la cara de los viandantes, que luchaban en vano, sin que de nada sirvieran ni las bufandas y los gorros más gruesos, ni los abrigos más caros.

      Comíamos lentamente una sopa caliente con mi familia junto a la chimenea, cuando el pensamiento de Nicolás, al imaginarlo solo entre la nieve, se me hizo insoportable. Había intentado convencerme de que habría regresado a su país, donde quizá tuviera algún familiar, alguien que pudiera ayudarlo. Pero algo me decía que aquello era imposible. 

           Me levanté bruscamente de la mesa y me dirigí hacia la ventana. La nieve dibujaba rayas en diagonal sobre las calles, en las que solamente se veía el negro de las huellas de ruedas de coches y botas humanas hundidas en el blanco. Y entonces, a lo lejos, me pareció intuir el marrón claro de la manta de Nicolás, que sobresalía en la esquina de la calle, entre la nieve. 
              Me calcé rápidamente las botas, me coloqué la bufanda, el gorro, el abrigo, y sin dar ninguna explicación a mi mujer y a mis hijos, me lancé rápidamente a la calle temiéndome lo peor. Llegué hasta la esquina, y estiré con fuerza de la manta enterrada bajo la nieve. 
                Noté un peso. Un bulto. Una presencia. 
       Me preparé para confirmar mis temores más profundos, armándome de valor. De pronto di con una mano rígida y fría. Y finalmente con el rostro de Nicolás, que tenía todavía impresa aquella sonrisa y sus ojos verde claro muy abiertos, que también sonreían. Pero Nicolás ya no respiraba. Su corazón no latía. Y supe que la palma de su mano, que estaba cerrada, nunca más volvería a abrirse. 
            Fueron días muy tristes. Me torturaba pensar que habría podido evitarlo, si hubiera sido capaz de detenerme antes. Pero se acercaba la Navidad y no quería que mis hijos notasen mi tristeza. Hablaba de Nicolás solamente con mi mujer, que me acompañó con mucha dulzura durante aquellos días que recuerdo con especial intensidad, a pesar de que han pasado casi cuarenta años desde que ocurrió aquello. Me ayudó pensar en los regalos para nuestros hijos, que todavía eran pequeños y creían en la existencia del Papá Noel y de los Reyes Magos. 
      Hasta que llegó la nochebuena. Y las casas se llenaron de chimeneas encendidas, y abrazos, calor, platos humeantes, parientes, velas, luces que se encendían y se apagaban en los árboles de navidad. Y aquella noche yo pensaba en Nicolás, y en todos los Nicolás que seguramente descansaban en los dormitorios y los comedores públicos, amontonados unos junto a otros para protegerse de aquel frío criminal.

           En casa todos sonreían, porque aquella tenía que ser una noche especial, y era cierto que todos parecían más reconciliados, como si algo de aquella paz que se escondía entre los platos llenos de comida, las luces artificiales y los regalos, existiera realmente, y tendiera un hilo amoroso, imperceptible, entre las personas. 
       Llegó la medianoche, y los parientes se retiraron a descansar, y los niños reían en la oscuridad de sus habitaciones porque querían espiar la llegada de Papá Noel, y esperaban a que sus padres estuvieran dormidos, sin saber que eran los padres quienes los espiaban a ellos y esperaban a que se durmieran para disponer los regalos junto a la chimenea. 
      Llegó la mañana, y aquella Navidad trajo un sol resplandeciente, un cielo nítido, mientras las ramas desnudas de los árboles, frágiles y afiladas por las inclemencias del tiempo, se recortaban sobre aquel azul sin nubes. Los niños salieron de sus camas corriendo y gritando, con sus pijamas azules y las zapatillas a cuadros excesivamente grandes, y se reunieron alrededor del árbol, junto a la chimenea, mientras esperaban el despertar de los padres, sin sucumbir a la tentación de desenvolver los regalos. 


       Aquella mañana de navidad, Pietro y su mujer veían con alegría las expresiones de entusiasmo de sus hijos, olvidando el desengaño que tuvieron el día en que descubrieron que ni Papá Noel ni los Reyes Magos existen. 
        Pero al acabar de abrir los regalos y prepararse para ir a la comida en casa de los abuelos, Francesca se dio cuenta de que había un paquete en una esquina y le preguntó a Pietro si era un regalo de él para ella. 
      - Creía que era un regalo que me habías hecho tú—respondió Pietro—Y pensaba abrirlo esta noche con calma. 
        - No –le dijo Francesca—Yo no he sido. 
     Cuando aquella misma tarde, regresaron de la comida y todo permaneció finalmente en silencio, Pietro y Francesca abrieron el paquete que alguien había dejado en una esquina del salón y descubrieron maravillados que en su interior había solamente una manta de color marrón claro, que envolvía a su vez un poco de fruta y de frutos secos. Y entre la fruta y los frutos secos, un papel blanco y tres palabras escritas con letra temblorosa que simplemente decían: 

 GRASIAS POR SUNREIR

      Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. 

lunes, 16 de noviembre de 2020

martes, 25 de agosto de 2020

Alma pobre e impura




Mi alma no es pura.

Mi alma es árida y amarga
llena de rincones y de desvíos
de escollos y de curvas.

En las montañas escarpadas
se pierde en la senda difícil
aquella tortuosa y empinada
donde habitan serpientes y reptiles.

Por eso mi alma llora.

Llora porque parece destinada
a errar, a equivocarse
a caminar y a tropezar siempre
en la dureza de las piedras blancas
entre las puntas afiladas de las rocas.

No es un alma redonda
sino puntiaguda. 

Es un alma que sangra.

Que a veces, pocas veces,
percibe la fluidez del camino.

Pero que casi siempre, 
lucha y se hace sangre entre espinas
se lamenta por su exilio de sí,
por no estar nunca en casa.

A veces mi alma seca
llega sin querer a una fuente
que muy pronto abandona
y su caminar es recuerdo, anhelo
o simplemente nostalgia.

Pero la sed no se apaga.

Así es mi alma:
pobre y cansada,
llena de ausencias 
que no hablan.

Y cuando al fin la presencia la alcanza
y se siente de pronto en el corazón de la vida
su alegría es tan grande
que carece de fuerzas para soportarla
y huye, de nuevo, 
a los márgenes del camino.

No sé decir si permanecerá
algún día
en la fluidez, 
la frescura
 y el gozo.

Pero, mientras tanto,
 llora al volver a ver 
sangre en los dedos.

Y a veces, 
muy pocas veces,
calla y mira.




Un profundo agradecimiento a todas las personas que, de un modo u otro, me cruzo en el camino: aquellas con quienes solamente intercambio algunas palabras, y aquellas cuyos pasos resuenan, día a día, junto a los míos.


 

miércoles, 12 de agosto de 2020

Tu

 

Mi alma es un templo

donde habita la duda:

dudan los sentidos

en la noche.


El claro de luna alumbra

un último grito 

de rostros olvidados, 

en el tiempo.


Mas la luz de la mañana

atraviesa las puertas de mi alma

ofreciéndole sonrisas

que trazan rastros luminosos

en las calles oscuras.


Dudan los sentidos

de las realidades del mundo.


Pero no duda mi alma

aunque se sabe ciega y sorda

de tu silencio infinito

de tu luz que nos sustenta

y da la Vida.



viernes, 31 de julio de 2020

Así que pasen cinco años...


Cinco años desde que te fuiste y estás más presente que nunca... Gracias, mamá!!!



                                          


Recordatorio: presentación del libro el 26 de julio en Cadaqués. Santa Ana.



domingo, 31 de mayo de 2020

Cuentos


    Tras haber transcurrido la cuarentena en la imprenta, Cuentos breves y extraños como la vida misma han salido a la luz. Releyéndolos tengo la sensación de que han sido escritos por otra persona. Me asombran. Me maravillan. Me asustan.  Me invitan a permanecer en silencio.




GRACIAS

  Gracias Debora, porque si ti, sin tu acompañamiento y apoyo de todos estos años, estos cuentos nunca habrían nacido. Tú me ayudas a encontrar ese lugar interno, el lugar donde se han gestado y desde el que han visto la luz.
    Gracias Gina, por tu amistad, tu presencia siempre discreta y constante, por nuestras conversaciones y tantos momentos importantes compartidos.
    Gracias, finalmente a todas las personas que, de un modo u otro, han estado presentes en el camino de mi vida hasta ahora. Porque también gracias a ellas en cierto sentido soy lo que soy. Y estos cuentos son una parte de mí, la que menos me pertenece, pero también aquella sin la cual yo no sería quien soy. 
   Son el fruto, para bien y para mal, de mi experiencia de vida.

viernes, 15 de mayo de 2020

Ezio Bosso: un faro en la noche del tiempo

  
       Cuando uno ve y escucha a Ezio Bosso, lo primero que debería hacer es guardar silencio. Pero del silencio que su música y, sobre todo, su modo de tocar, despiertan en nosotros, nace la necesidad de dar testimonio. 
         He visto tocar  a Ezio Bosso en vivo por primera vez en mi vida. El lugar era inmejorable: el pequeño teatro social de Gualtieri, donde Bosso además del concierto de anoche, ha abierto su espacio a quien quisiera venir a escuchar su grabación. Las paredes de piedra, el suelo de madera y la antigüedad del lugar lo hacían especialmente acogedor. Ha pasado un rato hasta que se le ha podido ver aparecer por detrás del escenario y sentarse con elegancia frente al magnífico Steinway & Sons de cola, que esperaba majestuoso a que alguien viniera a tocarlo.
         Sería mejor guardar silencio. Pero siento la necesidad de transmitir la emoción que me ha suscitado verlo dirigirse al público y empezar a tocar.  No es solamente su música la que nos alcanza de un modo tan directo sino su particular modo de interpretarla. Hay en él una tensión casi imposible entre la máxima delicadeza y la máxima intensidad. Todo en él es experiencia en el momento en que sus dedos empiezan a acariciar las teclas del piano. Hay algo sobrio, casi filosófico en su actitud. La actitud corporal habla antes que los sonidos del piano. El modo de sentarse, la rectitud de una postura sin rigidez, y, sobre todo, los movimientos de las manos que nos permiten imaginarlo danzando en el escenario. Ezio Bosso al piano podría ser también un bailarín, y el piano podría estar tranquilamente deslizándose por el escenario.
    Todo en su música es movimiento, todo en ella es dinámico. Su música avanza, atraviesa los paisajes invisibles del alma, camina. No importa en él la repetición, al contrario: la repetición es novedad constante porque cada nota que suena podría ser la primera. Cada sonido es en sí mismo un comienzo, testimonio de una verticalidad que contrasta con el deslizarse horizontal de los dedos sobre las teclas del piano. 
     Lo que cuenta en su música, además de la precisión de cada nota propia de un virtuoso, es la intención con que la mano se alza y vuelve a posarse sobre la superficie blanca y negra, la fuerza que empuja desde arriba, a veces en forma de potencia, a veces en forma de contención, pero siempre como respuesta a un movimiento que se inicia desde lo alto. Y esa altura es la que vemos en su mirada o en la expresión de su rostro en el momento de dirigirse al público que lo contempla extasiado, partícipe de ese ser extático que súbito se apodera de él cuando está en el escenario. 
     Vemos la luz en su mirada y en su sonrisa; mirada y sonrisa que nos comunican una inmensa distancia, una gran altura, pero que son asimismo expresión suave y cercana, testimonio de su profunda humanidad. Y es precisamente en esa humanidad donde se encuentra su mayor grandeza, a pesar de lo que incuestionablemente tiene de extraordinario, divino, que precisamente al no ser divo, se vuelve infinitamente más real. Viendo a Ezio Bosso tocar el piano, vemos también en él al director de orquesta que aquí además de dirigir y componer, palpa y toca un instrumento, haciéndose así todavía más próximo.
         Su música nos abre a paisajes infinitos, donde hay espacio para nuestra subjetividad. Somos libres de participar de un proceso que está vivo, que tiene en su modo de ser algo abierto e inacabado, en la medida en que se da un espacio a la creatividad del espectador, como es propio de todo cuanto procede de un acto libre. 
     Y es que la música de Bosso es consecuencia de un acto de libertad, fruto de años de disciplina, sí, pero fruto, sobre todo, de su genio. Genio que no reside ni en la grandilocuencia ni en el virtuosismo, sino en la generosidad infinita que caracteriza todo acto de amor puro. En su humildad.
     Libertad, amor, luz. Todo esto nos transmiten los gestos, las miradas, las palabras y la actitud de alguien que antes que músico es persona y que desde allí nos habla de todo cuanto caracteriza y supera al individuo, con sus fragilidades y fortalezas, con su silencio y su locuacidad, con el equilibrio casi imposible de quien camina sobre una cuerda floja, suspendida sobre un espacio inmenso, y sin ninguna red. Es así un salto al vacío, un propulsarse más allá de sí mismo para alcanzar al otro, y desde esa alteridad darse a sí mismo hasta el límite de las propias fuerzas para alcanzar a ese otro que somos nosotros, en este caso su público, permitiéndonos el contacto con nuestra dimensión más universal.    

Noviembre 2016

Vivir


Quiero vivir ahora
la vida que no he vivido
vivirla antes de la hora
no tan lejana, 
en que los ojos se cerrarán
sin poder ver
la luz del mundo
y mis oídos dejarán
de escuchar el sonido 
de los ríos.

Quiero ver esas nubes 
que pasan,
tocarlas con la piel ardiente
y besar la brisa en la cara, 
abrazar las raíces del árbol
que crece y siente.

Quiero notar la savia
y saborear los frutos
cubrirme con hojas secas
en otoño
habiendo gustado
al menos por una vez
su agua.

(escrito en la tarde del 14 de mayo)

miércoles, 29 de abril de 2020

A mi madre

Hoy quiero dedicarle un pensamiento especial a mi madre, porque sí. Porque el otro día acudió a mi mente esta canción que ella escuchaba siempre en su estudio, en una época en que estaba de moda y la ponían en la radio. 



La recuerdo con su mono blanco, manchado de pintura, el rostro concentrado, luminoso y feliz. Y bailando. Esta canción tiene todavía ahora la capacidad de evocarme esos recuerdos preciosos de mi infancia, que conservaré siempre como un tesoro. ¡¡Gracias mamá!!!

domingo, 5 de abril de 2020

Anhelo


Dios habita en las cosas minúsculas. Por eso son las decisiones minúsculas las que nos alejan o nos acercan a Él. Esos pequeños síes a la vida que decimos cuando decidimos pararnos un momento a escuchar. Y esa misma cosa que estábamos haciendo, ya sea limpiar la casa, preparar una clase, escribir un relato o cocinar, decidimos hacerla a fondo, a conciencia, con esa atención que es posible solamente en la lentitud que nos permite apreciar el valor infinito de cada instante…
Son esos síes casi imperceptibles, que con sus pausas nos devuelven a lo más simple, lo único que nos permite vislumbrar lo más grande, lo ilimitado, en lo minúsculo. Una caricia del viento en la piel, el calor de los rayos del sol, el suave balanceo de la ropa tendida, los latidos pausados y ardientes de un corazón que no anhela nada más que seguir amando infinitamente la vida, con todo lo que contiene, en su belleza o en su dificultad, o en el sabor dulce que a veces nace en el corazón mismo de la amargura.

Está es la canción que estaba escuchando mientras escribía el texto:
https://www.youtube.com/watch?v=rzCAJqcKBjo

FELIZ DOMINGO DE RAMOS!!!

viernes, 20 de marzo de 2020

Poemas de Primavera


Escucho el quieto rumor
de la primavera.

El silencio amortigua las calles,
desiertas.

Este silencio nos habla,
señala lo que normalmente
no oímos:
el ulular de un búho a lo lejos,
ladridos de perros
en una calle vecina,
el aleteo de un pájaro
que no conocemos,
el tenue piar de otros
que lentamente despiertan.

Se acaba el invierno.

Música de rumores
que se anuncian.

La vida sigue su curso,
avanza incansable
entre el amanecer 
y el ocaso.

Y no nos necesita.

No nos necesita
y aún y así nos espera.

Espera con su silencio,
y con sus sonidos
a que también nosotros
despertemos.

Nos espera con su cambio
constante, con sus ritmos,
para regalarnos
todas las primaveras.

***

Habitar el silencio
de nuestros corazones.

Habitar el espacio intocable
que nos cura
invitándonos a vivir.

No permitir que tantas
fuerzas destructivas
lo conquisten.

Volver aquí.

Volver a aquella calma
a ese silencio
que se saben viajeros
entre los rumores del mundo
y reconocen como frágiles,
pasajeros,
sus ilusiones, 
sus miedos.

***

Hay un lugar
donde la oscuridad
y la luz
son totales.

Tanto que no se ven
porque siendo totales
y al mismo tiempo una,
no estando separadas,
la luz no hace visibles
las sombras
ni la sombra permite distinguir
la luz.

Es la raíz que las separa,
el único lugar donde
el silencio nos habla
con sus sonidos,
raíz de ambos y lugar 
de su separación.

Es un origen.

El origen de donde brotan
todas las cosas.

Tu semilla interior,
enterrada en la oscuridad
más profunda
y portadora de luz.

***

Cierro los ojos y escucho
la luz del sol sobre
los párpados cerrados
las caricias de un aire
imperceptible en la piel.

Escucho aquella fuente
que descansa en un lugar
estrecho y escondido,
de mi alma.

***

No hay un camino alternativo
a aquel que atraviesa escollos y espinas
abriéndose entre rocas afiladas
hacia la fuente de la vida.

No es lo mismo escalar
la cima agreste de la montaña
donde el aire es más nítido
que dejarse llevar por la barca
de un barquero desconocido.

Arriba el cielo es tan azul...
¡casi parece transparente!

Pero la serenidad de la cumbre
está en las heridas que sangran.
Ellas son el barquero que te lleva
al centro más profundo
de tu alma.

***

Tu corazón
espacio blanco e infinito
ha de permanecer vacío.

No dejes que 
las durezas de otros 
lo conquisten.

Tu corazón
cuando está libre
es un pozo sin fondo de alimentos
recipiente de agua y frutos.

Si se agita o se inquieta
no se debe a las circunstancias
externas.

Es tu deber podarlo
defenderlo con uñas y dientes
expulsar fuera de él
a las fieras.

Sólo entonces lo podrás descubrir
blanco y sereno
como siempre ha sido, es y será
antes incluso de que tú nacieras.

Sólo entonces el sol
volverá a brillar en su cenit.

***

Bajo el sol arden lentamente,
la angustia, el temor, las ilusiones
que secuestraron mi espacio
y apagaron mi voz.