martes, 26 de enero de 2016

Una mañana de invierno



   Esta mañana he salido precipitadamente de casa, movida por mi mente desbocada, que todavía no ha aprendido a concentrarse en una sola actividad y lugar. Movida como acostumbra a sucederme por la inquietud y la necesidad constante de huir a otros lugares, salía de casa con múltiples destinos, totalmente dispares entre sí, desde la escuela de idiomas de donde espero que me llamen, hasta la biblioteca donde he de devolver una montaña de libros, pasando por ideas más peregrinas como coger un bus hasta el sur de Italia, o un avión hasta el norte de Europa, o encontrar un blabla car para regresar a Catalunya, donde seguro tengo posibilidades de trabajo más asequibles que las que parezco tener de momento aquí. 
    Caminaba con el peso de los libros rumbo a la biblioteca y todos estos pensamientos revoloteando en mi poco adiestrada cabeza, cuando de pronto me ha parecido ver en el suelo, junto al muro de la calle, a una mujer que intentaba levantarse con mucho esfuerzo. No he tardado en darme cuenta de que tenía sangre en las manos y en la nariz. Intentaba levantarse, las bolsas de comida distribuidas aquí y allí. Podría tener entre 85 y 90 años... Al ayudarla a levantarse enseguida me ha dicho que no se había caído, que simplemente el peso de las bolsas la había desviado del camino y hecho golpearse contra el muro. "Vuoi che chiamemo a una ambulanza?", le he preguntado. "No!", ha dicho enérgicamente. "Vado a casa. Santissimi Martiri, 16". La misma calle donde vivo yo. 
     Poco a poco hemos emprendido el camino en la dirección indicada, pero al cabo de pocos pasos, la mujer ha vuelto a caer. Dos personas se han detenido. "Chiamamo a la ambulanza!" Ha dicho alguien. Aurora, así se llamaba la anciana, se ha levantado enérgicamente del suelo, con una fuerza impropia de una mujer de su edad, y a vuelto a afirmar con contundencia: "¡No! ¡Vado a casa!" Nadie de las tres personas que estábamos allí en aquel momento ha tenido suficiente fuerza como para contradecirla. Así que poco a poco, acompañada de dos guardaespaldas improvisados entre los que me encontraba yo, nos hemos dirigido lentamente a Santissimi Martiri, donde la hemos dejado. 
     Veo la ventana de su casa desde mi habitación. El pequeño incidente de Aurora me ha hecho comprender que a veces lo que buscamos tal vez consista sencillamente en prestar atención a lo más inmediato y que nuestra mente se esclaviza ante la multiplicidad de posibilidades, mientras que se libera cuando descubre que no hay más que una: la de atender a lo único que en realidad es necesario en cada momento y en reconocer lo que a su vez necesitamos. Se han acabado los sueños de grandes hazañas y gestas. Ahora toca centrarse en lo más pequeño. ¡A cocinar!

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