sábado, 30 de julio de 2016

Experiencia subacuática

           Marta se ha sumergido en el agua. Inicialmente iba a ser un baño normal: introducirse poco a poco en la superficie líquida, empezar a dar unas brazadas y, lentamente, iniciar una serie de movimientos de crol hasta realizar unas cuantas piscinas. Una vez concluidos, salir del agua, secarse y reemprender la misma operación al volver a sentir el calor.
            Pero esta vez ha sido distinto. En el momento en que se ha introducido en el agua Marta ha tomado conciencia súbita de la maravilla que supone encontrarse en el interior de este nuevo medio, ya conocido, pero que siempre puede sorprender. Se escuchaba un rumor de cigarras. Poco a poco el cuerpo se habituaba al nuevo medio, del que no siempre podemos admirarnos por culpa de la costumbre. En esta ocasión Marta se ha olvidado de que está acostumbrada a bañarse y se ha dejado sorprender por el hecho de poder arrojarse sobre su superficie y atravesarla. O permanecer en suspensión con los brazos rodeando las rodillas mientras sentía que algo, contrario a la fuerza de la gravedad, la impulsaba hacia arriba. Sin darse cuenta ha perdido el control. De pronto volvía a ser como una niña que entra, sale, se zambulle, toma aire, vuelve a sumergirse, da una voltereta y sale de nuevo a la superficie mientras contempla desde el fondo los rayos de sol. Marta ya no era la mujer de 35 años cansada de una vida estéril, sino aquella niña que jugaba durante horas en el jardín, olvidada de todos y de sí misma, escuchando el silencio que se comunica a través del murmullo del agua desde el fondo, notando la liquidez transparente en la que una se siente parte de un todo que la engloba y donde se despierta a su vez la capacidad de englobar el todo. Le parecía increíble poder ponerse del revés, en vertical, dejarse caer sin hacerse daño, nadar por debajo de la superficie realizando un movimiento con los brazos semejante al que realizarían los pájaros al cortar el aire con sus alas sobre el cielo.
            Y, de pronto, Marta se ha convertido en un embrión. Un embrión pequeñito en el vientre de su madre. Quieta. Inmóvil. Atenta solamente al ritmo de una suave respiración. Escuchando de lejos los sonidos remotos del exterior. Atenta. Expectante. Protegida y tranquila. Allí, en posición fetal, suspendida entre la superficie y el fondo, se sentía a punto de renacer de nuevo a la vida, parecía poder comenzar desde el principio como si todavía no hubiera pasado el tiempo, como si no existieran las heridas, como si no hubiera habido error. ¿Sería la muerte algo parecido? Ojalá. Un estado de libertad y no violencia. De seguridad e inseguridad al mismo tiempo, protegida por el agua que le da la vida y también insegura en una superficie que no es la habitual, a pesar de ser el medio más natural en nosotros. Ha recordado más tarde la anécdota que le explicó hace poco un amigo: que un bebé cuando nace, si se lo lanza directamente a una superficie líquida sabe nadar, mientras que si se dejan pasar unos segundos lo olvida…
            Marta ha perdido bajo el agua la conciencia del tiempo y del espacio. Ha bailado. Ha corrido. Ha nadado. Ha volado y ha cantado. Era otra, olvidada de todos y de sí misma, y era a la vez más ella misma que nunca. Sin límite espacial. Como un astronauta que acabase de colocar el pie sobre la luna y sintiese la ligereza de la falta de gravedad. Era agradable sentir el tacto frío del agua sobre la piel, notar la ausencia de límites entre ella y el espacio en el que estaba inmersa. Y sobre todo: girar, girar y girar. Colocarse del derecho y del revés. Hacer una vertical. Salir fuera, volver a girar. Nadar de todas las formas posibles. Ver su propia sombra en el fondo de la piscina. Salir y escuchar el cantar de los pájaros. Debajo, el silencio. Un silencio infinito, pero no estéril. Un silencio que le hablaba como hablan las pausas de la música en un baile contenido. Ha pensado en que le gustaría transformarse en águila, o en pez. Abandonar la contingencia y seguir dejándose llevar por ese nuevo estado de percepción. 
             Hasta que se ha cansando. Se ha dado cuenta de que todo aquello perseguía un estado de fusionalidad que era placentero pero que a su vez la alejaba de sí misma. Ha buceado una última piscina y ha salido del agua. Allí, bajo el calor tórrido del mediodía, ha sentido que su pie pisaba con más firmeza la tierra. Se sentía más ligera y más presente también. Como después de un sueño. De pronto era como si nada de todo aquello que ella había vivido de un modo tan extraordinario hubiera sucedido. Se ha secado. Se ha puesto los pantalones cortos y la camiseta. Ha recogido. Y poco a poco, en compañía de Gina que descansaba y leía, ha partido hacia un nuevo destino, renovada, pero como si nada de todo aquello hubiera sucedido.   

sábado, 23 de julio de 2016

Crolopoemas



Ascelpiones de ojos dorados
cantan selancios salados,
saldaduras de madera
con puertas y rejas abiertas
de mil flores en primavera.

Un águila ardiente en la brecha
de tantas tinturas de tierra
que lentamente esperaban
los curpuscaldos de piedra.

***

Scrituras de formentos fungientes
gentilezas de pasos ardientes
dementes en tentes de piedra
y rojas las hojas de tejas.

Cortejas, de dejas, bermejas.

Bracela de lateranciados
lanzan sus sueños saciados
en múltiples siluetas
de viejas maderas tequejas.


***

Curpulentos santilonciados
cantan sus casas huciados
por mil lágrimas de viento
que en el silencio cuasilogrado
dejaron los animascados,
danzando con mascarilentos.

***

Crantalimona la cara de sila
miraba hacia el sílex dorado
que se posaba en silencio
en el alma de un ángel osado.

***

Escaramuza zambucallida en el agua.
Zas! Zascandantando la casa
de una anilasca tridola
que de lococodrilo cremona. 

miércoles, 6 de julio de 2016

Cigarras


Las cigarras cantaban
una mañana en el desierto.

Búhos en la lejanía,
pasos de silencio.

Y en un rumor de aguas claras, 
vislumbro el rostro de un abuelo.

***

Pasos solitarios de fuego
mañana en el extranjero. 
Gritan incesantes cigarras, 
esculpen sonidos de viento
mientras suena la melodía
de un tiempo que parece muerto.

***

En las dunas de tu cuerpo
a veces dibujas sonrisas
que ven más allá del desierto
y en las miradas perdidas
descubren paisajes de invierno
que en lágrimas de deshielo
son escultoras de heridas.

***

Entre mil "noes" inciertos
negativas, puertas cerradas
apareció tímido un "sí",
un "sí" sin dolor que temblaba
como una hoja madura
al caer sobre tierra mojada.

***

Dolían en las entrañas
maderos de puertas cerradas.
Dignidades que no se perdieron
y el polvo en las sandalias
lentamente sacudieron.

En el ardor de una lágrima
el fuego en los ojos de fuego
desafiando las calles
que con dolores se abrieron.