viernes, 20 de marzo de 2020

Poemas de Primavera


Escucho el quieto rumor
de la primavera.

El silencio amortigua las calles,
desiertas.

Este silencio nos habla,
señala lo que normalmente
no oímos:
el ulular de un búho a lo lejos,
ladridos de perros
en una calle vecina,
el aleteo de un pájaro
que no conocemos,
el tenue piar de otros
que lentamente despiertan.

Se acaba el invierno.

Música de rumores
que se anuncian.

La vida sigue su curso,
avanza incansable
entre el amanecer 
y el ocaso.

Y no nos necesita.

No nos necesita
y aún y así nos espera.

Espera con su silencio,
y con sus sonidos
a que también nosotros
despertemos.

Nos espera con su cambio
constante, con sus ritmos,
para regalarnos
todas las primaveras.

***

Habitar el silencio
de nuestros corazones.

Habitar el espacio intocable
que nos cura
invitándonos a vivir.

No permitir que tantas
fuerzas destructivas
lo conquisten.

Volver aquí.

Volver a aquella calma
a ese silencio
que se saben viajeros
entre los rumores del mundo
y reconocen como frágiles,
pasajeros,
sus ilusiones, 
sus miedos.

***

Hay un lugar
donde la oscuridad
y la luz
son totales.

Tanto que no se ven
porque siendo totales
y al mismo tiempo una,
no estando separadas,
la luz no hace visibles
las sombras
ni la sombra permite distinguir
la luz.

Es la raíz que las separa,
el único lugar donde
el silencio nos habla
con sus sonidos,
raíz de ambos y lugar 
de su separación.

Es un origen.

El origen de donde brotan
todas las cosas.

Tu semilla interior,
enterrada en la oscuridad
más profunda
y portadora de luz.

***

Cierro los ojos y escucho
la luz del sol sobre
los párpados cerrados
las caricias de un aire
imperceptible en la piel.

Escucho aquella fuente
que descansa en un lugar
estrecho y escondido,
de mi alma.

***

No hay un camino alternativo
a aquel que atraviesa escollos y espinas
abriéndose entre rocas afiladas
hacia la fuente de la vida.

No es lo mismo escalar
la cima agreste de la montaña
donde el aire es más nítido
que dejarse llevar por la barca
de un barquero desconocido.

Arriba el cielo es tan azul...
¡casi parece transparente!

Pero la serenidad de la cumbre
está en las heridas que sangran.
Ellas son el barquero que te lleva
al centro más profundo
de tu alma.

***

Tu corazón
espacio blanco e infinito
ha de permanecer vacío.

No dejes que 
las durezas de otros 
lo conquisten.

Tu corazón
cuando está libre
es un pozo sin fondo de alimentos
recipiente de agua y frutos.

Si se agita o se inquieta
no se debe a las circunstancias
externas.

Es tu deber podarlo
defenderlo con uñas y dientes
expulsar fuera de él
a las fieras.

Sólo entonces lo podrás descubrir
blanco y sereno
como siempre ha sido, es y será
antes incluso de que tú nacieras.

Sólo entonces el sol
volverá a brillar en su cenit.

***

Bajo el sol arden lentamente,
la angustia, el temor, las ilusiones
que secuestraron mi espacio
y apagaron mi voz.  

    

miércoles, 11 de marzo de 2020

Respirar: un regalo


Escucho la quietud del agua transparente,
el canto de los pájaros que esperan
bajo un cielo sin nubes.

Se acerca la primavera.

Me pregunto cómo es posible
esta calma, este silencio,
el sol que derrama su rayos
sobre los campos hoy desiertos.

Esta quietud tan luminosa
convive con la angustia,
con la muerte.

No sé si nuestra libertad es justa
cuando a pocos metros de aquí
decenas de personas agonizan
y otras tantas arriesgan 
la propia vida.


Miles de personas mueren 
en el planeta cada año
por causas inhumanas e injustas.

Pero ocurre que el sufrimiento,
cuando es sólo un eco lejano,
resbala por la piel endurecida
y aun cuando se hace más cercano
no permitimos que nos toque,
hasta que nos va nuestra vida.

Y decimos: "somos humanos."

No merece llamarse humanidad
quien aun goza del sol,
del agua fresca y transparente
bajo un cielo azulado,
sin sentir en el pecho el dolor
por la sangre que otros han derramado.

martes, 10 de marzo de 2020

Días de gris dorado. Un cuento.




Calles grises, muros grises, rostros grises. De un día para otro todo se volvió gris. Las aceras cenicientas se vaciaron de ancianos, de jóvenes y de niños, y en los parques no quedaba más que un alma solitaria que paseaba a los perros. Tarde o temprano tenía que llegar. No estaba escrito, pero podría haberlo estado. En los rincones de las calles, los gatos maullaban mientras devoraban los restos de la comida del día anterior. Los papeles se arremolinaban en la calzada empujados por el viento y la angustia se adentró sigilosa a través de las ranuras de las casas.
Pero no todo era angustia y temor. En algunos rincones los corazones todavía latían, y las pupilas brillaban junto al fuego con ardor. Eran los supervivientes. Aquellos que conservaban la capacidad de contar y escuchar historias, de cantar canciones alegres o tristes junto al fuego. Eran los menos modernos, los apartados de la sociedad. Vivían en casas de madera que habían sido construidas junto al bosque. Se nutrían unos a otros de historias y de leyendas y llenaban las palabras de música y de calor.
Pasaron meses. Parecía imposible observar el final de aquel letargo que tenía apresados en sus casas a todos los habitantes de la ciudad. Algunos se perdieron por el camino. Sucumbieron a la locura y a la angustia, y su temor llenó sus casas de sombras que nunca antes habían visto. Pero la mayor parte sobrevivió. La mayor parte consiguió permanecer como soldados en aquel exilio de sí, aquel encierro al que habían sido condenados de un día para otro sin quererlo. El encierro les trajo regalos. Regalos nuevos e inesperados: caricias de las que no se creían capaces, sentimientos de cercanía, aunque los seres amados estuvieran distantes, y un profundo deseo de solidaridad: la convicción de que todos eran miembros de un mismo cuerpo, que había que sanar. Y se sanaban unos a otros luchando contra un único mal.
Fue el único momento de la historia en que los humanos se unieron para combatir por lo mismo. Había un enemigo común, y aquel enemigo no eran otros humanos. No era una lucha de poder: era una lucha por la vida. Y preservar la vida del otro, era preservar la tuya, la mía. Por eso todo cambió. Por eso lentamente nació un entendimiento extraño entre los hombres y las mujeres, donde el sufrimiento dejó de ser ajeno y desconocido y pasó a ser algo familiar. Algo compartido, como se comparte por todo el cuerpo el dolor de una herida en la piel. Y de esa herida empezaron a manar nuevas ideas, nuevas formas de sociedad, nuevos modos de administrar los recursos de la tierra. Otra manera de amar.  Quienes no supieron o no pudieron hacerlo sucumbieron a la enfermedad. Otros permanecieron, pero perdieron a sus seres queridos. Muchos aprendieron a amar, y perdieron igualmente a sus seres queridos, o sucumbieron ellos mismos a la enfermedad: pero en sus corazones la vida todavía latía como un fuego junto a la playa en una calurosa noche de san Juan.
Y ese es el fuego que brilla todavía. El mismo que brillaba ya hace tantos milenios y que muchos creían enterrado. Ese fuego que parecía haberse extinguido, desproveyendo a los humanos de lucidez e inteligencia, volvió a prender como un incendio en un bosque de encinas secas, en pleno verano, y de aquella devastación, nacieron árboles nuevos, el suelo se volvió fértil y fuerte, y los frutos que nacieron de los árboles nuevos, venían cargados de luz y de deseos, de sueños que iluminaron las mentes de los niños y proyectaron un nuevo futuro para la humanidad. Un futuro que desconocemos, pero que está en nuestras manos. En las mías, en las tuyas, en las del desconocido con quien me cruzo cada día en el supermercado. De lo que tu decidas, de lo que decidamos todos individualmente, a cada instante, depende la construcción, o no, de una nueva comunidad. Es una oportunidad preciosa que puede ayudarnos a encontrar, si realmente lo queremos, desde el corazón del infierno, un nuevo paraíso.


lunes, 2 de marzo de 2020

¿Spiritualità?


     Il cammino spirituale è faticoso e difficile. Diffidate di chi vi propone delle soluzioni facili e immediate. Prendetele se volete e vi fa del bene, ma non chiamatele spiritualità. Per rispetto a chi veramente è in cammino.