lunes, 22 de diciembre de 2014

Vida


Abandonas idea y pensamiento
cuando lentamente la sangre se derrama
en las cortezas de árboles antiguos
que respiran en el silencio de la tarde;
lejos de tópicos de ángeles ciegos
cercan el reino de lo simple,
de lo etéreo.

Dejo que la sonoridad del tiempo
brote como la pluma de la tinta
violeta, verde o amarillo
de aquel pavo real que mira.

Sin viaje y sin desplazamiento
recuperamos el rumor de aquellos pasos
bajo una cúpula celeste que recuerda
todo lo valioso entre lo vano.

Lentamente van cayendo las sombras
y en las miradas de los más cercamos,
ya sean jóvenes o ancianos,
resplandece una nueva luz
que me hace confiar en algo incorruptible
en lo bello incesante, indiferente
a toda decrepitud.

Imposible olvidar ahora
la suavidad del firmamento
al contemplar un cabello rojizo,
al escuchar el murmullo de la naturaleza
y ver un alma que se eleva por encima
de los ruidos de la ciudad.

La Navidad se acerca...



Esta luz dorada sobre la madera
a la hora en que el día comienza a declinar
ilumina el jolgorio de los pájaros
que celebran la alegría de tardes,
recortes sinuosos de los árboles,
sobre un cielo naranja e infinito.

Pronto habrá de llegar la Navidad
y pupilas alumbran los sentidos
que en el interior de entrañas ardientes
acarician dulcemente el recuerdo
del sabio que renace entre la arena.

La madera susurra aquel lenguaje
de abuelos en las bibliotecas,
la calidez de un pecho abierto
que ha derramado sangre y fuego.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Aprender a mirar

Sumisos ante nuestras propias sombras
Olvidamos con demasiada frecuencia
Inclinar la cabeza hacia la luz.
Y volvemos el rostro
Siempre en el momento impreciso
En que la luz que hay en nosotros
Podría también arrojar luz
Sobre el amigo que nos alumbra.

Nota: el hombre es el único animal que tropieza más de 1000 veces con la misma piedra... habrá que comprarse otro burro!

miércoles, 10 de diciembre de 2014

La muerte


La muerte es como un aguijón agudo
Como una mordedura en las entrañas
Que deja el cuerpo y los músculos entumecidos
La cabeza densa y pesada
Como si la sangre del cuerpo hirviera
Como si te atravesara una espada.

martes, 9 de diciembre de 2014

Atardecer temprano


                                                                  Al Nanu, de Cadaqués

En la hora en que la juventud comienza a declinar
Paseas tu recuerdo por las calles y avenidas
Mientras la luz del sol se cuela
Entre las hojas de los árboles de otoño.

Te preguntas dónde se fue lo que no está
Y lo que queda todavía de avenida,
De la calle cuyo final intuyes ya
Pero que todavía no imaginas.

En este atardecer temprano de tu vida
Te acompaña fiel y sincera la guitarra
Se cuela la madera entre las tazas de café
las sonrisas silenciosas de los viejos,
Las redes olvidadas por los niños.

Hoy te has levantado con el alba
Y has mirado con calma el agua oscura
Recordando aquel tiempo aun cercano
En que siluetas de barcas y de redes
De pescadores ancianos y salados
Iluminaban la bahía.

Rocas acariciadas por el agua
Han ido esculpiendo lentamente el recuerdo

¿Te imaginas cómo será esta costa árida
Sin su soledad,  sin sus rostros ancianos
surcados de arrugas por el viento y por el mar,
y los ojos que atestiguaban lo infinito?

Pronto las barcas de los ricos
-ricos que no tienen ni historia ni pasado-
Inundarán con el ruido de sus motores la bahía
Y los cuervos en la madera de los mástiles
Tañerán canciones sombrías.

Tal vez quede todavía entre las sombras
Una mirada azul perdida
Que pueda devolverle al mar el agua pura
Y a las costas su soledad salvaje

Y tal vez vuelvan así a gritar al viento las gaviotas
Con un silencio antiguo, susurrando,
Nuevas, cálidas melodías.

Las cantarán quizás los nuevos marineros
Capaces aún de navegar sin mapas y sin brújulas
De perseguir la última estrella de la noche
Y celebrar el nuevo día.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Los paisajes de Noruega


 Hay una tierra, en el norte, donde las montañas parecen hablar un lenguaje antiguo, donde el reflejo de las nubes señala un movimiento estelar. Entre los fiordos y a pesar de los turistas (que no son muchos) se siente la presencia magnánima de la montaña, que vigila impasible los movimientos escasos de los humanos a sus pies. La presencia del agua es constante en esta tierra: las entradas del mar entre las rocas, las cascadas que descienden las cumbres desde los glaciares y se deslizan en el agua del río de distintos colores.

Las rocas, en este paraje, nos hablan de un silencio antiguo. Hay en ellas una enorme quietud y una presencia constante de animales que en silencio las vigilan

viernes, 14 de noviembre de 2014

Bendita soledad



Hoy es la soledad
quien se agazapa entre el frío y la lluvia.

Observas cómo pasan las nubes plateadas,
cómo el ajetreo continuo de los vasos
y de las tazas
golpea con su ritmo la madera
mientras la luz de una lámpara ilumina
las láminas color de pergamino.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Espera


La espera cae lentamente 
entre los árboles del patio.




En la penumbra de tus sueños
vislumbras un horizonte inmaculado.

Has pensado algunas veces 
en abandonar los días.
Pero, de pronto, al caer la tarde
contemplas cómo 
se deshacen, tiernas, las hojas,
la luz dorada entre los árboles
y, de nuevo, respiras.




Entonces el tiempo ya no se dilata
ni se contrae, tampoco;
solamente el suspiro de la tarde
que como un viento acaricia
el llanto solitario de tus dedos
y una luna pálida, silenciosa
que mira.



Llegó la noche,
y la noche tendió su manto.

domingo, 19 de octubre de 2014

Al caer la tarde


Si la sombra del jardín
abandona tu silencio
y se abre paso entre el tiempo
esta espada luminosa,
ves emerger la figura
que habita dentro del mármol
sus contornos afilados
que ahora surcan
con sus reflejos dorados
tu transparencia y tu luz.

miércoles, 8 de octubre de 2014

La flor del almendro


Has declinado el recuerdo
en la hoguera de la mañana.

Danzan largas avenidas
bajo un cielo esplendoroso
y mi imagen, tu sonrisa
traza un paisaje en el rostro.

Esperas a que luna
te convoque desde el fondo
pero la calidez del almendro,
la nieve de la avenida,
vuelven tu recuerdo hermoso.


No sempre, quan escrivim, sabem què volem dir, ni a qui o a què ens adrecem. Però de vegades el mateix procés d'escriptura pot ser aquell mapa que ens ajudi a descobrir-ho... Ho esperem!

lunes, 6 de octubre de 2014

Ser fiel



Fidelidad, acaba la jornada.
Danzan bajo la lluvia los silencios
y alegres navegan de noche las palomas.

He soñado que el horizonte se aplacaba,
que una tregua transformaba los días
como a veces transformo en sueños la palabras.

He visto cómo ardían tus entrañas
al tiempo que el color de la mañana,
¡cielos!, se reflejaba en tus pupilas.

Se prolongan los cantos en invierno
ahora que la tortuga silenciosa
desenvaina la espada
mientras un cántaro de azul plomizo
se disuelve ya entre las aguas.

Mientras tus ojos ahora en calma
miran el mar tras las cortinas
y la luz cálida de la mañana
se deshace en tu entraña, como espinas. 

sábado, 23 de agosto de 2014

Jordi Savall en Cadaqués


Hay otra manera de mantener la historia viva: la música. Tenemos la suerte de contar en nuestro país con la presencia del gran compositor, músico, musicólogo, director e intérprete Jordi Savall, que ha consagrado casi toda su vida junto a Montserrat Figueras (fallecida de un cáncer hacer pocos años) a interpretar músicas, algunas desconocidas, otras no tanto, de la Edad Media, del Barroco, del Renacimiento…
 Sentado frente al altar de la Iclesi de Santa Maria de Cadaqués, sin más acompañamiento que el de una tenue iluminación sobre su viola de Gamba, Jordi Savall se permite excepcionalmente hoy improvisar. Después de cada una de las piezas, que toca como si arrancase de un corte seco y enérgico las notas de las cuerdas del instrumento, pero limitándose a acariciarlas suavemente, Savall nos explica qué ha hecho. Nos habla de la pieza que ha tocado, de la afinación necesaria para cada una de ellas, del hecho de que se dispone a realizar una improvisación. 
En el momento en que empieza (he conseguido entrar en el concierto de puro milagro) siento enseguida su poderoso magnetismo y noto cómo sin quererlo soy conducida a un estado de concentración tal que me olvido de mí misma y de las personas que hay entorno. A veces una música, como un poema, un texto, un paisaje, una palabra dicha en el momento justo, nos remiten repentinamente a nuestra esencia. De pronto nos damos cuenta de que estábamos como olvidados de lo que realmente somos, y recordamos, con una familiaridad sorprendente, aquello que nunca hemos dejado de ser. Es lo mismo que se experimenta cuando uno se encuentra con un viejo amigo. Algo en nuestro interior se ablanda, al tiempo que nos estiramos, como si nos levantásemos de pronto de un extraño letargo. Escuchamos el sonido del arco sobre las cuerdas y sentimos la madera del instrumento que crepita, que se abre como un árbol y nos acoge dentro de sí a través de sus anillos que por fin nos conducen hasta el interior de la tierra desde la que volvemos a emerger con renovadas fuerzas y una conciencia más lúcida. A partir de aquel momento sabemos que no podemos sustraernos al hecho de que nos hemos hecho partícipes de lo que sucede aquí. Que no somos músicos, pero que en la recepción de esta música que repentinamente se ha abierto a nosotros, nos hemos transformado a su vez en instrumento que sigue ya unas órdenes precisas, que nos hacen más libres. Y de nuestro propio cuerpo emergen notas y melodías, nuestro cuerpo que ha abandonado ya su lugar erguido junto a una columna y se desplaza de un lugar a otro del tiempo y del espacio, en una suerte de danza. ¿Se habrá dado cuenta el compositor de nuestra participación silenciosa?
   De la columna vamos hasta las escaleras donde hay una mesa con CD’s y algún libro, donde leemos Pro Pacem. Allí están todos ellos: Antoni Tàpies, Raimon Panikkar, Fatema Mernissi, Edgar Morin, el propio Savall… Personas ejemplares que por su ejemplaridad, a pesar de hallarnos a millones de años luz de ellas, hacen que sintamos su familiaridad. Personas, humanas y defectuosas como todos, pero universales. Y esa universalidad nos alcanza en un nivel profundo, parece atravesar nuestro ser como un relámpago eléctrico. Somos la cuerda de un arco que ha sido tensado y que se dispone en breve a disparar la flecha que habrá de dar en el centro de una diana invisible. Pero ese centro es inalcanzable y la flecha permanece siempre en suspensión sobre la cuerda tensa. Siguen los movimientos. Los comentarios de Savall entre una pieza y otra parecen indicarnos que nada es arbitrario, y que nuestro movimiento es consecuencia directa de los del arco de la viola de gamba sobre las cuerdas. Pero no oponemos resistencia aun y a pesar de sabernos dirigidos.  Hay una firmeza y sequedad en el modo en que las notas suenan. Y esa misma sequedad nos lleva al piso superior de la iglesia, nos mueve a descender de nuevo, a tomar el libro en el que reconocemos muchas lenguas además de las románicas, hebreo, árabe…
Y por fin, ya al final, Savall decide en el segundo bis volver a realizar un pizzicato que nos recuerda con indudable claridad el momento en que hemos abandonado la columna sobre la que en un principio nos hemos apoyado y a la que regresamos cerrando así el círculo en señal de respeto a la armonía. Círculo que habremos de volver a abrir. 


La música de Savall es como un canal nuevo que se aparece para dar respuesta a muchos de nuestros enigmas. A través de la música, que es casi una liturgia pero de una complejidad mayor, es posible rescatar de una manera quizá todavía más viva y profunda el mensaje imperecedero de los místicos, que atraviesa los siglos y escoge a algunos servidores humildes y dispuestos, para sobrevivir, al tiempo que nos da la vida. Perceval, al final, se encuentra con Savall. Y entre uno y otro, sin que lo sepamos, toda la tradición trovadoresca. 

martes, 8 de julio de 2014

Fragmento de una ascensión al Teide

        El Teide es un volcán; corazón de una isla situada en pleno Oceáno Atlántico, tierra de formas y recovecos imposibles, fruto de la solidificación de la lava que en el momento repentino de la erupción atraviesa todas las capas de la tierra y el agua del océano, hasta emerger en el exterior como una enorme bola de fuego en dirección al cielo, precipitándose de nuevo al mar que la irá enfriando de nuevo hasta convertirla, con mano escultórica, en enormes pedazos multiformes que parecen haber sido desgajados de la tierra. Sus erupciones, al herir y atravesar la corteza terrestre cuyas raíces invisibles se encuentran sumergidas en las profundidades del mar, convertirían el líquido ardiente al solidificarse, en montañas que, reunidas en aquella zona del inmenso Océano, formaron las así llamadas Islas Afortunadas. Canarias, según supe después, no sería sino el nombre que se dio a estas islas-volcanes cuando dejaron de pertenecer al Imperio romano. Más tarde, ya en la Edad Media, llegarían a su costa los normandos, poco antes de su colonización por parte de los españoles, y llamarían guanches a sus habitantes; palabra formada por “guan”, que en la lengua originaria de canarias significa “hombre”, y “anache”, que quiere decir literalmente Isla que Retumba. Los guanches habrían sido así literalmente para los normandos los hombres de la isla que retumba.
            Pero lo verdaderamente impresionante de la isla de Tenerife era el hecho de que se podían ver, al desplazarse por su superficie, los distintos estratos temporales que la habían ido conformando, de erupción en erupción. Así, al llegar a una parte considerablemente elevada del Teide, sorprendía encontrarse con unas enormes piedras de color negro con forma de huevo que habían permanecido en la ladera, de una fina arena blanca, cuyo color revelaba una tierra-lava muy anterior a la de la enorme lengua negra que se extendía, magnífica y fabulosa a un tiempo, sobre su parte más elevada, como una suerte de monstruo que hubiera caído rendido, tras una interminable batalla, sobre su superficie. Más tarde supe que aquellos inmensos pedazos de roca negra eran producto de la lava que se había dispersado durante la última erupción, y habían quedado alejados y desgajados de su origen. Su forma ahuevada no parecía tener explicación, pero fácilmente podría haberse creído que se trataba de los fósiles de huevos de algún animal gigantesco, tal vez alado, y ya desde tiempos remotos en extinción. Sorprendía ver esos pedazos inmensos de piedra negra ahuevada sobre la arena blanca de la ladera, a lado y lado del camino, entre las piedras de lava rojiza y amarillenta entre las que se veía crecer, de vez en cuando, algún arbusto. Más tarde supe también que solían crecer por esa zona las llamadas flores de violeta, unas hermosas flores muy pequeñas, de ese mismo color, cuya fragilidad hacía que pareciera prácticamente imposible su existencia en aquel lugar. Pero allí, en medio de la aridez de lava negra, crecían sobreviviendo también ellas al paso del tiempo.
            Había recorrido ya un largo trayecto hasta alcanzar la zona en la que se extendían los múltiples huevos negros. Poco después, si se seguía avanzando por el mismo camino, se llegaba a una enorme pendiente pedregosa que según supe más tarde conducía a un refugio, y a la que regresaría después. Ese era el camino que debía tomarse si se quería llegar arriba del todo, pero consciente de la hora tardía y de que el último bus que habría de devolverme a la Orotava no tardaría en salir, tomé un pequeño desvío en vez de aventurarme a escalar por la pendiente pedregosa que configuraba el último tramo hasta la cima. A su lado había también un caminito perfectamente delimitado por piedras, muy estrecho, al final del cual se llegaba al culmen de ese tramo del Teide, al que llamaban la Montaña Blanca. El caminito conducía a una suerte de colina ondulada y, justo allí en aquel punto, parecía dividirse en dos direcciones opuestas, formando una suerte de Y que según descubrí al decidirme por uno de los dos tras un largo titubeo (¡como si mi destino estuviera en juego!) era en realidad el inicio de un círculo que envolvía el montículo juntándose los dos caminos que aparentemente formaban una disyuntiva, al otro lado. Y desde allí podían otearse las montañas multicolores del Teide y del Valle de la Orotava, que se extendían hacia un horizonte sin fin.

            Pues aquel horizonte no tenía fin. Si algo queda grabado para siempre en la memoria del viajero que pisa las arenas del Teide es la sensación de estar abocado a un paisaje infinito, de encontrarse en la cúspide de una duna desértica en medio de más y más dunas que se extienden hasta más allá de lo que alcanza la vista y se difuminan entre las nubes detrás de las cuales se deja entrever, tímidamente, alguna estrella. Allí, al borde de la inmensa duna de piedra, bajo un cielo descolorido y claro, se tiene la sensación de haber llegado al límite ilimitado de la tierra donde la fuerza de gravedad empieza a no tener ya prácticamente ninguna influencia y el cuerpo se sorprende extrañamente poco capacitado para retenernos. Allí, entre las piedras negruzcas que arden todavía a pesar del tiempo transcurrido, se siente la infinitud del cielo abierto y la liviandad de las lavas-nubes con aires extraterrestres que nos recuerdan la pequeñez de nuestro amable planeta y la escasa evolución de la especie... Y así permanecí largo rato frente a la nueva extensión de tierra y montaña, hasta el momento del descenso.

Extraído de De la Selva Negra a la Montaña Blanca, de una servidora (Barcelona, 2008)

viernes, 13 de junio de 2014

Breve reflexión entorno a una gata

     A veces, al observar a mi gata, me pregunto si la mirada que yo tengo sobre ella podría asemejarse a la  mirada que un supuesto dios podría tener sobre mí. Veo su comportamiento, que responde a los movimientos que realizo, y cómo su ser se constituye en parte en función de lo que le doy y de cómo actúo. Pienso si ella me percibe a mí de un modo semejante a como yo percibo que me trata, no ya dios, sino la vida: los límites que le pongo, las puertas que a veces le cierro, los horizontes que inesperadamente le abro… 
     Siempre me he preguntado por qué motivo tantos filósofos tienen gatos y creo que solamente ahora, después de dos meses de intensa convivencia con una, atisbo remotamente por qué. Quizá algunas personas no tengan gatos porque son filósofas, sino que son filósofas porque tienen gatos.
    Mi gata, indudablemente, me ofrece una nueva perspectiva sobre la realidad y sobre el mundo, sobre el tiempo y los espacios, sobre el hambre y la sed y las necesidades básicas de la vida; sobre el juego, la velocidad, la ingravidez o la quietud. Sobre lo que supone tener una percepción radicalmente distinta de la existencia. Es una maestra que me enseña a contemplar filosóficamente la vida,  pues gracias al lazo que establezco con ella, ella me enseña a amarla.


    Gracias, Queralt! Y gracias la niña que un buen día en Manresa, en el momento en que le decía a un amigo: “Necesito quelcom que m’ajudi a tocar de peus a terra", amablemente me la ofreció.




miércoles, 7 de mayo de 2014

La llegada al lugar



Lady Morgana acababa de llegar al pueblo. Eran poco más de las doce del mediodía. Las calles vacías deslizaban el sonido amortiguado de las pezuñas de los caballos que en aquel verano especialmente caluroso arrastraban los carromatos en dirección al sur. El anciano mayor del pueblo yacía sentado en la terraza del bar Cucut, situado en una de las plazas más transitadas del lugar, no por ello menos solitaria que el resto.
Pues era, ciertamente, un lugar desolado. Solamente los campesinos, que en aquella hora descansaban a la sombra para resguardarse del sol, y algún que otro trabajador ocasional, dejaban ver sus rostros arrugados en alguna esquina. Se oía, muy de vez en cuando, el canto de las golondrinas. Y sobre los tejados caminaban los gatos en equilibrio, como si aquella ley a la que denominamos fuerza de gravedad fuera inexistente para ellos.
Lady Morgana no sabía todavía exactamente el motivo por el cual el Dr. N. la había convocado. Había aceptado casi a ciegas el trabajo movida por una corazonada, ajena a toda razón: creía que aquel iba a ser el lugar en el que se realizaran definitivamente sus sueños. Sueños, muchos de los cuales aún desconocía, pero que ansiaba despertar lentamente de su largo letargo. Tenía una sola certeza: la de haber soñado aquel lugar con anterioridad, incluso antes de saber de su existencia. Lo reconoció de inmediato el primer día que llegó. El verde de los prados, el riachuelo, la inconfundible luz. Era un lugar con el que había soñado en más de una ocasión cuando, en noches a veces agitadas, alcanzaba de pronto, al final de oscuras y tortuosas sendas, un lugar tranquilo y solitario en el que el sufrimiento se desvanecía por fin. En ese entorno privilegiado se hallaba entonces aquel pueblo, y esperaba alcanzar allí (también había contemplado la opción del monasterio) aquella paz profunda y durante tanto tiempo anhelada, un sosiego para su alma más allá del tiempo y del quehacer mundano, sin por ello sentir que debiera renunciar a él. Se creía conocedora, aunque no fuera más que por un conocimiento intuitivo, de un estado luminoso más allá de toda tribulación, que necesitaba tan sólo del tiempo y del espacio necesarios para realizarse, para alcanzar una cumbre en la que permanecer ya por siempre sin retorno, no sin antes descender para ayudar a cuantos pudiera en su ascenso.
 Pero antes de toda acción o ayuda a otros era necesario, ante todo, el despojamiento completo de sí. De todo cuanto había sido, era o anhelaba ser. Era necesario el total abandono del deseo, de la intención, sin esperar nada a cambio, tan sólo mantenerse en un estado de receptividad que lentamente, y sin que ella lo supiera, la iría conduciendo hacia aquella cumbre insospechada en la que ya no había más que la extensión verde infinita de los prados, la copa de un árbol desnudo recortándose sobre el cielo, el cielo límpido sobre su cabeza, ajeno totalmente al clamor del mundo, de sus penas y sufrimientos, de sus resistencias y desgarros. Solamente esa limpidez del aire de montaña, y la conciencia de que es posible la realización en sí misma de una libertad más allá todo cuanto podamos imaginarnos.
Lo que no sabía es que aquel estado de beatitud y transparencia era tan sólo el comienzo. No era la cumbre o el final de un largo periplo iniciado, sino el comienzo de un periplo interminable, mucho mayor, que ni siquiera el Dr. N. sabía con plena certeza adonde conducía. Pero él estaba al menos allí para darle algunas directrices esenciales. Lo primero que habría de preguntarle era si aquello era fruto de la mera percepción, es decir, si se trataba de algo puramente subjetivo, o si por el contrario era un estado real, que iba más allá de sí misma y que podía en efecto tener reverberaciones o consecuencias sobre el resto de la humanidad. ¿Era un mero capricho de una mente llena de sí misma que imaginaba una escapatoria al mundo vil, o se trataba por el contrario del reconocimiento o la intuición de un estado muy anterior o incluso ajeno a todo espacio y lugar concretos? ¿Encontraba dicho espacio luminoso su lugar en el mundo? ¿Llegaba, por así decirlo, aquella calidez transparente a alumbrar las almas de los seres afligidos por participación, o era simplemente un placer ególatra y egoísta que se alimentaba de sí mismo dando la espalda, de nuevo, a la realidad? Eran preguntas cruciales. Tal vez demasiado vagas, pero que le preocupaban, en cualquier caso, lo suficiente como para sentir que en sí misma ardía un fuego que solamente una vez formuladas las preguntas podría tal vez apaciguarse.
No había venido allí por un mero capricho de la conciencia o a modo de entretenimiento. Su llegada al lugar era fruto de años de lucha, sufrimientos y búsqueda. No había un motivo especial, pero tampoco era del todo arbitrario. ¿Por qué razón podía de pronto gozar de aquella placidez sin nombre, de aquella libertad interior que le llevaban incluso a creer que no había distinción entre la salud y la enfermedad, o entre la vida y la muerte? Era como estar en otra parte pero estando aquí, al mismo tiempo mucho más presente aquí que en otras ocasiones, pero también más ajena al rumor distorsionante de la realidad rutinaria en la que la mayoría habitábamos.
Recordaba inevitablemente la escritura que ella misma realizara muchos años atrás de un relato. Un relato escrito con tan sólo 12 años de edad en el que se hablaba de la posibilidad de fusionar dos mundos aparentemente separados, el de la realidad y el de la fantasía, fusión que se realizaba mediante el proceso mismo de la escritura, a través del cual quien escribía hacía crecer entorno a sí una inmensa burbuja capaz de englobar a todos los seres. Habían transcurrido sin embargo muchos años desde que escribiera aquel texto y tenía la impresión de no haber realizado grandes progresos. Después de escribirlo se había abandonado a la noche y al vicio, arrastrada por una curiosidad insana, deseosa de conocer el lado más oscuro de la vida. Solamente muy poco a poco había ido logrando dejar todas aquellas tendencias destructivas atrás y poco a poco había ido trazando un sendero más luminoso. Pero siempre desde una cierta soledad y aislamiento.
Lo que no lograba comprender es cómo aquello podía ser el comienzo. Le parecía haberlo alcanzado todo y, sin embargo, todavía no había sido capaz de dar el primer paso para realizar el recorrido. Abandonaba todo y se sentía en cierto modo traicionando mucho de lo que hasta entonces le había ayudado a encontrarse donde ahora estaba. Pero era una corazonada, una intuición mayor que a pesar de ir en dirección contraria a todo cuanto los demás le decían, se le aparecía con insospechada claridad. No quería caminar por el mismo camino ni seguir los pasos de sus coetáneos. Se sentía en comunión con ellos, pero consideraba necesario explorar nuevas vías, transitar tierras vírgenes; lo que, en efecto, no estaba exento de cierto riesgo o peligro. Además del peligro de extraviarse, estaba el peligro del aislamiento, la marginación o la locura. ¿Era necesario pasar por allí? No lo era en la medida en que ella sentía en su fuero interno estar cumpliendo con su deber. Pero existía el riesgo del engaño, y en ese sentido ella no creía tener suficiente conocimiento de sí como para no caer presa de él. Por ello tenía depositada su confianza en el Dr. N. cuya experiencia podría probablemente ayudarla a liberarse de sus propias trampas.
Pero, ¿que había de la contemplación de cuanto sucedía entorno? Era importante el conocimiento de sí, pero éste en modo alguno estaba separado de la visión del mundo circundante, solamente posible en la medida en que no hubiera proyecciones de ningún tipo. ¿Era capaz de ver y de comprender la situación de su país? ¿Veía el sufrimiento de su vecino? ¿Se hacía cargo del dolor por el que pasaba un amigo cercano? Aquella era en realidad la verdadera tarea a realizar, ese era el comienzo del camino. La plenitud, el éxtasis, la libertad, ¿qué eran si no era siquiera capaz de comprender y acoger lo más cercano, de conocer su propia condición no como ajena sino como parte integrante de sí? No quería mirar el mundo desde el filtro de las teorías y, con todo, una cierta teoría (en el sentido del griego theoreo, que significa “mirar”) era necesaria para que pudiera situarse en el lugar, para que su acción pudiera llevarse a término de un modo efectivo. Si su ascensión a la montaña solamente le servía para palpar el cielo y las nubes pero no era capaz a través de ella de vislumbrar la realidad que desde aquella distancia habría debido manifestársele con mayor claridad y de un modo concreto, ¿qué sentido tenían todas aquellas elevaciones? Tal vez esta pudiera ser una de las respuestas que el Dr. N iba a proporcionarle. No se trataba tanto de alcanzar el cenit o una plenitud inenarrable más allá del mundo, sino de ver todo aquello concreto que necesariamente debía cobrar una forma distinta.
Tal vez fuera posible desde aquella altura configurar nuevas formas. Tal vez la intensidad y concentración de aquellos estados pudieran proporcionarle la materia suficiente como para realizar un trabajo tangible sin necesidad de acción social o política de ningún tipo. Se trataba de imprimir una huella en el mundo visible desde la superación de las formas, desde la habitación de aquello invisible donde no quedaban más que el empíreo y el vuelo. Y ese vuelo que le proporcionaba la lucidez del águila, era el momento en que se le ofrecía la posibilidad de visualizar el mapa actual de su vida, desde el que poder contemplar el lugar donde entonces se hallaba y con mayor claridad comprender cuál era el mejor paso a seguir. Pero también es cierto que, como ya antaño le ocurriera con la redacción de aquel relato, la palabra cobraba en aquel proceso una importancia crucial. Era el camino mismo que la conducía a la visión, era el camino que atravesaba la montaña y sin el cual no era posible ni la elevación de todo el cuerpo hasta alcanzar la visión desde lo alto, ni la observación desde aquella altura de los elementos concretos que quería modificar. Y aquí quizá más que de elementos cabría hablar de relaciones. Veía la situación de sus relaciones desde fuera, todo aquello que las obstaculizaba, las entorpecía o enturbiaba, imposibilitando así la necesaria armonía,  más acorde con lo que los cristianos llaman Dios. En eso consistía el trabajo. Trabajo que nadie podría realizar más que ella misma. Era su sola responsabilidad. Su sola y única.

El primer paso consistía en superar su temor a las sombras, debía aprender a no rechazarlas de inmediato, como si no existieran, pues ese era el origen principal del engaño. Solamente desde la aceptación de los rincones más oscuros de sí misma, podría tal vez afianzarse en una luz cada vez más verdadera, lo que pasaba, en primer lugar, por la suspensión de todo juicio. Lo primero que convenía practicar era la observación. Observarse a sí mismo, primero, observar cuanto sucedía alrededor, de un modo casi simultáneo. Y encontrar un equilibrio entre estos dos modos observación.    

lunes, 5 de mayo de 2014

Volver al trueque


     Últimamente me digo cuan fantástico sería que se pudiera regresar de nuevo, como en tiempos de las tribus nómadas, a una economía basada en el intercambio, al trueque, donde nada tuviera un valor absoluto sino que el valor de cada cosa dependiera de las necesidades de cada uno. Es una utopía, pero me parece mucho más realista que si yo no tengo dinero para comer y mucha hambre pero puedo componer un poema o tocar una canción, tú puedas ofrecerme un plato de comida a cambio de un poema o de una canción. O que si me sobran tomates porque tengo una tomatera en el jardín de casa pero no tengo dinero para comparar pan, tomemos juntos al sol una buena rebanada de pan con tomate mientras me explicas cómo va el cultivo del trigo este año. Es poco realista, es cierto, sobre todo teniendo en cuenta cómo aquella economía remota ha desembocado inevitablemente en el capitalismo actual. Pero tal vez sea posible a pequeña escala .

     En Camprodon, el pueblecito a donde me he trasladado recientemente, parece posible vivir así. Aquí, si se tienen pocos recursos económicos, es fácil conseguir, no dinero, pero sí comida y alojamiento prácticamente gratuitos a cambio de ofrecer lo poco que se tenga, mientras se haga con confianza y generosidad.  
      Volver a una economía de subsistencia donde nuestro trabajo consista no en vender lo que hacemos si no en dar lo que somos, a cambio de lo justo para sobrevivir, como la palabra indica, es incluso más que vivir a secas. ¡Buena suerte!

viernes, 2 de mayo de 2014

¿Qué es el pecado?


El pecado es todo aquello que, sin que nosotros lo sepamos, nos aleja de nuestra posibilidad más genuina. El pecado nos aparta de la posibilidad de realizar nuestros anhelos más profundos, nos lleva en una dirección contraria a aquella que responde a nuestra necesidad más auténtica y nos engaña haciéndonos creer que nos conduce allí donde en realidad más deseamos.

Cuando miramos nuestra vida en retrospectiva, parece que se insinúa un rastro luminoso, un curso con sentido, un canal transparente y claro, enturbiado por todo aquello de nosotros que ha estado o está embrutecido. Aprender a reconocer todo aquello que embrutece a cada instante el caminar luminoso que es en realidad nuestra vida, es el primer paso para una vida un poco más auténtica, un poco más próxima a aquello que en realidad más buscamos aun y a pesar de no saber qué es. Nos queda reconocer lo que no es; y en ese ejercicio parece como si, poco  poco, el paisaje confuso que se abría hasta ahora ante nosotros, se fuera paulatinamente clarificando. ¡Qué difícil resulta al principio orientar nuestra mirada en esa dirección! Pero qué rápido la mirada se acostumbra, inconsciente, a buscar cada vez más y más la luz, cuya transparencia y suavidad se nos vuelven irresistibles hasta que, si oponer ya resistencia alguna, nos dejamos caer confiados a aquello que nos supera y acaricia.   

jueves, 20 de marzo de 2014

¡Primavera!

Mañana comienza la primavera, pero no importa, es como si comenzase hoy. Es el comienzo de una nueva etapa. Atrás quedan las durezas del frío en invierno, la dificultad con que la vida se abre paso en el interior de la tierra, invisible, desde las raíces y hasta las cortezas. Ahora, ya sin esfuerzo, los capullos empiezan a abrirse y los árboles a reverdecer. No es el momento del fruto, es cierto, pero con todo, en ese florecimiento está ya la semilla que tarde o temprano madurará. También la primavera puede ser señal de madurez. Sea como fuere, es un momento de celebración por todo lo alto. ¡Que así sea!
 
¡Feliz comienzo de primavera!

lunes, 10 de marzo de 2014

Vora el mar

Veig el mar i l'escolto
per primer cop.

Un aire suau, 
el sol ardent
i les gavines, a ponent.

El dia és clar.

***

Roques entre el mercuri
ocells ferèstecs,
és tant real!

***

Tova és la molsa de la terra,
puc endinsar-m'hi,
ella és en mi.

És com si mai abans
hagués estat aquí.

jueves, 6 de marzo de 2014

Raíces


            Siento un sabor agridulce en el cuerpo. Algo en mí parece a punto de convertirse en llanto, desbordarse por el fracaso ante una sed insaciable de infinito. Las huellas de mis silencios dibujan animales blancos sobre el torso desnudo del viento. Llega la hora de un viejo amanecer. Sobre las cortinas de terciopelo, una brisa de color cálido decide con sigilo convertirse en melodía. Es ayer. Al mirar por la ventana veo el coche adormecido en la otra acera. Sé que dentro de un suspiro volverán a ponerse en marcha los veleros y que desde el rincón nuevo de mi alcoba observaré el aullido tembloroso de un perro. Dejarán de acariciarse en sonrisas y bajo el cielo que cubre el mar bravo trazarás la estela de un veneno que se ha convertido en tiempo.  Entonces, lentamente, nevarás. De tus párpados rotos y vacíos empezarán a caer azulados copos de nieve y una barba de color marfil barrerá con su gesto el hielo de las calles en invierno. Pues te he vuelto a ver aquí. He visto cómo, cautelosa, te escondías entre los árboles del patio, y musitabas al oído un canto de animales disecados. He podido observar el gesto mustio de tu rostro, al revestirse el corazón de los jilgueros, cuando en una tarde de otoño dejaste que brotaran los sueños.
            Y soñé. Soñé durante cien milenios que la superficie de los campos de trigo se extendía sin miedo, y que el color eléctrico del cielo acariciaba con tacto adormecido el interior oculto de tus raíces. He soñado con nubes de color rosado que se espesan al dejar paso al silencio, mientras rayos poderosos de águilas atraviesan como espadas su centro.
            Podría no detenerme nunca más y narrar las imágenes dolorosas del cerco. Esperar junto al ritmo incesante de tus dedos a colmar un tiempo muerto. Podría seguir hasta el abismo en el que se deshacen tus oídos y en el que las manos de un sabio inmortal te recogen para que no alcances nunca el suelo. Seguiría así por las curvas de la montaña hasta lo más profundo de una gruta, donde un agua fría y transparente regaría tus labios con dulzura. Y así, poco a poco, habitaría invisibles rincones de la tierra, donde lo más profundo abraza con paciencia el firmamento. Y seguiría, sí, sin miedo y sin consuelo, hasta el día en que desnudada por fin de los obstáculos, podría simplemente emprender un vuelo sinuoso y otear desde la altura la cumbre de las montañas y el correr veloz de las aguas por las fisuras de la tierra hasta desembocar en el mar. Y arrojarme con violencia en un golpe seco y partir en dos mitades la superficie del agua que con avidez de ángel de plata devoraría como si de un manjar se tratara. Y, así, engullido por la densidad azulada, mi cuerpo podría emerger de nuevo hacia la altura y precipitarse desde allí hacia un fondo cada vez más ciego.
           - Y todo eso, ¿para qué?
           Porque en el corazón del silencio habita un viento huracanado que agita y que sacude, que abraza en un amor estremecido para convertirte en un poco más de lo que has sido. Y ese poco más no es sino una parte de la brisa poderosa que con su movimiento apenas perceptible produce el temblor en la base de las montañas y alimenta de savia a los árboles que siguen empeñados en hendir en lo más profundo sus raíces.

Los discípulos de Schönberg

     Me llevaron sin quererlo al barrio de Vallcarca. La jornada había sido interminable cuando apareció el cansancio, y con el cansancio lo inesperado. Al aparcar el coche y ver el nombre de la calle que se situaba a mi izquierda, callé: Bajada de Britz. Unos pasos más arriba la placa recientemente colgada. Hablamos de Cirlot en Vallcarca junto con mis dos compañeros, miembros del grupo de rock sinfónico Urban Trapeze, tras ayudarlos a recoger los instrumentos de su último concierto en el barrio del Raval, calle Carretes. Las tortillas que el actual propietario de la antigua casa de Schönberg nos invitó a cocinar con los huevos de las gallinas del jardín, constituyeron un opíparo e improvisado banquete. Gracias, maestro.

lunes, 10 de febrero de 2014

Llums

Abro al azar y leo:

Hi ha llums en el món per acollir la llum veritable,

 com el misteri té secrets en el cor que els sap guardar.
Al fons de l'ésser hi ha l'ésser que dóna l'existència,
i vetlla pel meu cor, l'ha triat i el guia.
Cotempla el que descric amb l'ull de l'intel·lecte,
que és apte per veure-hi, comprendre i sentir.


Diwan, Hal·lag (Edició, traducció i cal·ligrafia àrab de Halil Bàrcena)

domingo, 9 de febrero de 2014

Montserrat

     He venido a Sant Benet en busca de un instante de silencio y de reposo. Como siempre me ocurre cuando vengo aquí siento el poderoso magnetismo de la montaña que me atrae hacia sí, como si algo de ella quisiera conducirme hasta lo mas profundo de sus entrañas. Pero junto a esta fuerza casi irresistible hay en mí la convicción de que ha de ser posible vivir este arraigo y profundidad al que me conduce sin duda alguna la montaña, sin necesidad de atarse a un lugar. Sé que lo que mora en su interior habita también lo más profundo de mi alma y quisiera poder habitar ese espacio insondable que nunca se acaba en todo momento y en todo lugar. 
     La vida misma es quien a fin de cuentas se encarga de conducir nuestros pasos, lo sepamos o no, y más allá de cuál sea nuestra voluntad más propia con todas sus resistencias, temores y proyecciones que no hacen sino obstaculizar nuestro anhelo más profundo. Siento si algún lector ocasional de este blog se encuentra con palabras excesivamente trascendentalistas y pretenciosas aquí. Nada más alejado de mi intención. Quisiera escribir sobre el simple susurro del viento por las noches y las caricias plateadas de la luna sobre la laguna, pero hay en su fondo una fuente inagotable de sabiduría a la que uno difícilmente se puede resistir, que exige comunicarse, compartirse, pronunciarse, para dar cabida a su silencio, salado y dulce. 

jueves, 6 de febrero de 2014

Febrero primaveral

     Este invierno dos árboles han florecido antes de tiempo. Sobre el murmullo de los coches y del asfalto, en el corazón de la ciudad, dos castaños han cubierto de verde sus ramas que parecen danzar al son de un viento seco por encima de las cosas mundanas. 
    El leve agitarse de esas hojas inesperadas es testimonio de una realidad que en invierno se nos escapa: la de esas vidas latentes escondidas entre la savia que pugnan durante los meses de frío y lluvia por salir a la luz. 

sábado, 25 de enero de 2014

Enfermedad y salud

La vida es un descurimiento constante... ¿qué es la salud? ¿qué la enfermedad? Qué poco sabemos sobre las cosas más esenciales de la vida...

martes, 14 de enero de 2014

La bellesa de la vellesa


Ahir vaig participar en un voluntariat que es va iniciar ja fa alguns mesos a la Residència d’Ancians, en el marc del projecte que Càritas ha impulsat recentment a Cadaqués a través de la Parròquia. Hi havia anat en un parell d’ocasions durant les festes de Nadal, però aleshores, en tractar-se d’una celebració especial, es cantava, es posava música i no era fàcil un contacte més directe i personalitzat.
Ahir era un dissabte normal i corrent a l’hospital. Quan vaig arribar estaven tots berenant i hi regnava una relativa tranquil·litat, a excepció dels crits que de vegades deixava escapar una de les dones, asseguda en una cadira de rodes i que es trobava al passadís: “Ajudeu-me! Ajudeu-me!” M’hi vaig apropar i, durant una estona, va semblar que el contacte afectiu amb una altra persona servia per mitigar el seu dolor. Però no va passar gaire estona fins que va tornar a proferir el crit, davant el qual un no podia més que mirar de respondre amb afecte; i guardar un silenci respectuós.
Però el motiu pel qual escric aquestes línies, no és el d’entristir al lector ocasional que pugui llegir-les, sinó el de transmetre la bellesa que aquell dia, enmig del dolor i l’estat delicat de salut de la majoria de persones amb què em vaig trobar, se’m va manifestar de manera insospitada.
El primer que em va sorprendre i captivar va ser l’agraïment sincer que les seves mirades semblaven transmetre. Em va semblar percebre, més enllà de les dolències, de la manca de memòria d’alguns d’ells, un estat de presència i acollida a aquell estrany que en aquells moments era jo mateixa i que havia vingut a visitar-los sense per què. Però em va sorprendre sobre tot comprovar com tots els meus prejudicis queien, en el moment en què, asseguda en una de les taules, la Blanca i en Josep, tots dos originaris del sud de la Península, començaren a relatar la manera com, encara molt joves, es van veure obligats a abandonar la seva terra fins arribar a Cadaqués, on començaren una nova vida i on encara hi són. Els seus ulls s’encenien amb aquells records que de sobte tenien ocasió de compartir i de transmetre, com un tresor preuat que esperava el moment propici per mostrar-se.
Recordo l’entusiasme i quasi autoritat amb què la Blanca parlava de el embrujo de Cadaqués i de Girona, i també de la bellesa que es desprenia d’un poema escrit per ella algunes setmanes abans, dedicat a Cadaqués, amb tota la seva senzillesa i simplicitat. Mentre els escoltava intercanviar aquelles experiències que acabaven d’emergir, vaig ser jo qui va sentir l’agraïment de poder estar present en aquell moment únic en que les compartien.
No explicaré els detalls d’aquella tarda en què em vaig adonar de la llum que s’entreveia en els rostres de les persones que em miraven i que, malgrat moltes carències físiques, em transmetien. Però no oblidaré aquella forma pausada de parlar, la manera de pronunciar les paraules de qui sap que allò que diu potser ho diu per última vegada. No oblidaré la intensitat de la mirada d’un Antoni somrient després d’haver fet el seu passeig de rigor pel poble a la recerca d’un cigarret, la paciència de la Marta en comunicar-me un dolor físic que no pot apaivagar, els valuosíssims consells culinaris de la Rosa, que tot just acaba d’arribar aquesta setmana i que celebrarà el seu aniversari el proper 2 de febrer, l’alegria amb que la Cecília recordava les èpoques en què cantava a la Coral amb un compositor que havia estat propietari de l’actual pastisseria Mallorquina. “Abans era diferent”, em deia, “No teníem diners. Ens ho passàvem be. Ballàvem sardanes, cantàvem cançons... Ara tothom és ric, agafen el cotxe i se’n va a Figueres, o a Roses...” Tampoc oblidaré la tendresa de l’Enric envers la seva dona, malalta d’ alzheimer des de fa dotze anys i a qui no ha deixat de venir a visitar ni un sol dia, o l’ entusiasme de la Carme en cantar “Baixant de la font del gat”... Ni, finalment, el goig de sentir com aquella dona que abans cridava: “Ajudeu-me!”, es posava a cantar de memòria algunes nadales que se’ns va ocórrer improvisar.
Tot això ho explico perquè penso que és prou valuós com perquè mereixi ser explicat, perquè de vegades allò i aquells en qui no pensem perquè son “vells”, o “malalts” o “febles” i que ens posen davant d’una misèria que és també la nostra, són precisament aquells a qui, com he après d’un bon amic, més hauríem d’escoltar. I animo a qui això llegeix a que hi vagi, però no com qui va a fer una obra de caritat, sinó com aquell que sense cap raó o motiu especial, conserva encara la capacitat de deixar-se sorprendre per allò inesperat.

Nota: Per tal de respectar la intimitat de les persones que hi apareixen, cap dels noms propis no es correspon amb la realitat.

lunes, 13 de enero de 2014

Breu record de Tenerife

     Imagina't un volcà enmig del mar. Imagina't una terra sinuosa, de color vermell intens, plena d'onades. Enmig del vermell, de pedra liviana, extraterrestre, fragments de lava groga, negra també. Imagina't, enmig d'un paisatge desèrtic una muntanya blanca, i la seva ascensió per sobre el núvols, allà lluny, entre piques multicolors llunyanes... 
    Imagina't un paissatge que canvia a cada segon, en el que es veuen, en les pedres, impressos els moviments de la lava en descendre. Imagina't de sobte, sobre la terra blanca, groguenca, enormes roques negres en forma d'ou, tallades, com si fossin gegantines eines primitives, aguantat-se, en equilibri, sobre la pendent. Imagina't, de sobte, un vent que no se sap d'on ve que remou la sorra blanca... I un aire transparent, un sol de color blanc per sobre els núvols y un cel descolorit per l'excés de lluminositat. 
     Imagina't trobar-se en aquest paisatge desert, sense gairebé ningú; només, potser, de tant en tant, les siluetes llunyanes d'uns caçadors amb els seus gossos buscant conills entre la lava negra solidificada, fruit de la darrera erupció... I imagina't, sobre tot, el silenci; la quietud de la mirada en contemplar, en algún moment del camí, l'inaudible paisatge... 

Agost 2008

miércoles, 8 de enero de 2014

"Épaisseur existentielle"

     Recuerdo haber oído hablar en una ocasión al profesor Arnold I. Davidson de la noción de "épaisseur existentielle". No recuerdo a quien se refería al citarla, pero creo haber experimentado en mis propias carnes lo que la expresión significa. Son aquellos momentos en que, si nos remontamos al mundo de la novela artúrica, el caballero se interna en el bosque. Es el lugar en el que se hace posible la manifestación de las presencias que habitan el inconsciente, momento, también, de la ruminación. Cuando uno se encuentra en el corazón de la espesura no quedan sino dos alternativas: o retroceder y regresar al camino llano, o atravesar el bosque sin la certeza de que llegaremos a vivir para contarlo. Por eso, es precisamente en el lugar donde la posibilidad de la existencia se hace real, aquel donde nos la jugamos. Aparece entonces la tentación de la huida. Tentación que debemos evitar a toda costa si no queremos perder la conciencia de nuestra falta de libertad, única capaz de incentivar el coraje que tal vez pueda liberarnos.

martes, 7 de enero de 2014

Pequeña ofrenda

     Debemos aprender a darnos a nosotros mismos como ofrenda. No se trata de transmitir informaciones, de comunicar lo que hemos leído en los libros, ni siquiera de describir un paisaje que nos ha conmovido. Se trata sencillamente (¡y qué difícil!) de ser nosotros mismos aquello mismo que decimos, lo que significa, en cierto sentido, convertirnos.
     Si la palabra que pasa a través nuestro no es solamente una representación de algo que está en otra parte, entonces esta palabra es nuestra sustancia misma que se vierte al exterior, como una piel que se desprendiera lentamente, no sin dolor, haciendo posible que en el acto de pronunciar la palabra sea nuestra interioridad misma la que se manifieste en un gesto que no es sino de desnudez. Somos esa palabra que se expresa, pero al darla a su vez parece como si nos convirtiéramos en otra cosa, en aquello que vamos siendo sin lo que vamos dando y que en el fondo no es más que un testimonio de nuestro vacío interior. Vacío que, como tal, es movimiento y es luz y por eso es también un modo único de comunicación y el único realmente posible.
     ¿Qué queda finalmente si hacemos de toda nuestra vida ofrenda, si conseguimos que nuestras palabras, nuestros gestos, nuestros pensamientos no sean otra cosa sino mera donación de nosotros mismos? No queda nada sino el rastro luminoso que deja el caracol sobre la arena. Ni siquiera. Y en ese movimiento de desprendimiento constante que es así nuestro vivir, vamos dejando todo lo que vamos siendo y que, por fin, dejamos de ser.

UPF, 7 de enero 2014

 
      Comienza el curso y parece que de momento no va a resultar fácil soportar las horas de estudio intensivo en la bibloteca, por lo que opto por salir al exterior e intentar hacer algo un poco más productivo que no suponga un aislamiento tan repentino respecto del mundo circundante. Sé que es importante confrontarse con los propios límites, pero de momento no parece que mi psicología sea capaz de soportarlo. Por eso salgo al sol a escribir. Hace un día espléndido a pesar del rumor constante de los estudiantes en el patio sobre cuyas cabezas se escucha el piar sosegado de un gorrión. Ha depositado su cuerpo volátil junto al mármol sobre el que ahora escribo y parece querer comunicarse conmigo en un lenguaje extraño. No ha sido sin embargo mucho el tiempo que ha transcurrido desde que aterrizara y emprendiera su melodía al ritmo trepidante del tecleo sobre el ordenador.
     Me piden que me sitúe frente las líneas de color negro sobre el papel blanco, como una suerte de barrotes ante los que uno debiera colocarse si es que anhela alcanzar una liberación. Pero siempre he pensado que no hay mas liberación que la que consiste en verter al exterior lo que sucecde en la interioridad y que no podemos identificar hasta que en efecto se pronuncia. Pero de lo que aquí realmente se trata es de mantenerse con vida. Dejar de tenderse trampas a uno mismo y de huir de la angustia que nos supone confrontarnos al sinsentido existencial.
 
 
***
 
     De lo único de lo que verdaderamente se trata es de ser capaces de liberarnos de nosotros mismos, de nuestras propias trampas, de nuestors condicionamientos, nuestros miedos, nuestra debilidad y nuestra incapacidad para reconocer en el otro una necesidad aun mayor que la nuestra. Pero, a veces, debemos también ser capaces de sabernos y reconocernos totalmente necesitados para poder acoger aquello único que tal vez pueda ser fuente de liberación. Una vez encontrada esta fuente, ¿cómo dar con un modo de compartirla o repartirla entre nuestos contemporáneos? La pregunta que emerge es la de si es realmente necesario que pasemos por el conocimiento de la tradición, si no basta en realidad con hacer una donación libre de lo que en esencia ya somos, a pesar de la pobreza que ello en realidad comporta debido al carácter absolutamente individual de aquello que desde allí podamos ofrecer. Trascender lo personal y lo individual, esa es la taera que tan arduamente se nos ha asignado. Pero, ¿debemos hacerlo desde las profundidades de una biblioteca? ¿No podemos hacerlo al aire libre, bajo el sol, mientras observamos el vuelo de los pájaros y el crecimiento de los árboles en el jardín? ¿No podemos hacerlo libres de lugares y tiempos determinados, obligados a cargar de arriba abajo con el peso de los libros? ¿No podemos encontrar un modo más directo e inmediato de comunicación con la fuente de la vida? Creo que sí. Creo que podemos y debemos encontrarlo sin aprisionarnos en obligacioones que no anhelamos realmente cumplir. ¿O tal vez acaso de trate de realizar lo que debamos bajo una nueva luz? Tal vez no se trate tanto de qué sea aquello que hacemos cuanto de que lo hagamos con el espíritu libre a sabiendas de que nuestra tarea responde a un fin superior y que es desde algún lugar de las alturas desde donde hemos sido llamados a desempeñar dicha tarea en la tierra. No huir por tanto del malestar y del dolor que son propios de nuestro paso por este mundo y afrontar así las cadenas cuya asunción radical solamente pueda, tal vez, ser fuente de liberación.
 
***
 
     Hemos logrado desplazarnos algunos pocos grados respecto de nuestra situación anterior y nos hallamos en estos momentos bajo el calor del astro ardiente que esperamos alumbre nuestros pasos a partir de este momento.
     Mi principal error consiste en que tengo unas dificultades inmensas para atender a lo que ocurre a mi alrededor. Es como si algo en mí estuviera blindado, algo que me impide establecer una dinámica fluida con la que hacerme capaz de dar algun tipo de respuesta. Necesito que se alimente mi núcleo interior, que poco a poco tenga suficiente confianza como para no encogerse ante los primeros peligros y que pueda entonces ser una guía básica para todos y cada uno de los movimientos de esta pobre naveganta que sin cesar pierde su rumbo.
     ¡Por favor!
     ¿Cómo saber qué hacer, qué decir, si ni tan siquiera soy capaz de prestar atención? Encuentro grandes dificulates para escribir en diálogo con otros y solamente puedo expresar la pobreza de esta condición marcada por la ignorancia y la incomunicación. ¿Sobre qué escribir si ni siquiera se ve cuanto sucede a nuestro alrededor? Entiendo que escribir es en cierto sentido ser capaz de poner en palabras aquello que se ve. Pero para ello es necesaria la observación. No observación de lo que sucede en otro lugar del planeta sino aquí mismo, junto a mí y junto a ti, en lo que nos es y resulta más cercano.
     Ha llegado la hora de decir que sí a la luz desde este instante y para siempre, dejar de negar que está aquí y que resplandece delante de nosotros y guía nuestros pasos. Es en realidad sencillo, basta con mantenerse libre de obstáculos y de ideas preconcebidas... Pero escribo esto para manifestar el deseo de que la vida me ponga en situación de no tener más remedio que responder. Anhelo que me obligue a tener un contacto mas verídico y cercano con la realidad, que me de ocasiones para abrir los ojos y contemplar de verdad.