Hay una tierra, en el norte, donde las montañas parecen hablar un
lenguaje antiguo, donde el reflejo de las nubes señala un movimiento estelar.
Entre los fiordos y a pesar de los turistas (que no son muchos) se siente la
presencia magnánima de la montaña, que vigila impasible los movimientos escasos
de los humanos a sus pies. La presencia del agua es constante en esta tierra:
las entradas del mar entre las rocas, las cascadas que descienden las cumbres
desde los glaciares y se deslizan en el agua del río de distintos colores.
Las rocas, en este paraje, nos hablan de un silencio antiguo. Hay en
ellas una enorme quietud y una presencia constante de animales que en silencio
las vigilan
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