El pecado es
todo aquello que, sin que nosotros lo sepamos, nos aleja de nuestra posibilidad
más genuina. El pecado nos aparta de la posibilidad de realizar nuestros
anhelos más profundos, nos lleva en una dirección contraria a aquella que
responde a nuestra necesidad más auténtica y nos engaña haciéndonos creer que
nos conduce allí donde en realidad más deseamos.
Cuando miramos
nuestra vida en retrospectiva, parece que se insinúa un rastro luminoso, un
curso con sentido, un canal transparente y claro, enturbiado por todo aquello
de nosotros que ha estado o está embrutecido. Aprender a reconocer todo aquello
que embrutece a cada instante el caminar luminoso que es en realidad nuestra
vida, es el primer paso para una vida un poco más auténtica, un poco más
próxima a aquello que en realidad más buscamos aun y a pesar de no saber qué
es. Nos queda reconocer lo que no es; y en ese ejercicio parece como si,
poco poco, el paisaje confuso que se
abría hasta ahora ante nosotros, se fuera paulatinamente clarificando. ¡Qué
difícil resulta al principio orientar nuestra mirada en esa dirección! Pero
qué rápido la mirada se acostumbra, inconsciente, a buscar cada vez más y más la
luz, cuya transparencia y suavidad se nos vuelven irresistibles hasta que, si
oponer ya resistencia alguna, nos dejamos caer confiados a aquello que nos
supera y acaricia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario