En
ocasiones, aferrarse a un sentido que creíamos haber vislumbrado, puede ser una
manera de quebrar la armonía, que está más allá de una visión meramente
inteligible de la existencia. En la armonía el sentido puede brotar de un
sinsentido aparente. La búsqueda del bien y de la justicia, si se realiza desde
una perspectiva meramente humana y, como tal, inevitablemente condicionada por
una cierta moral, puede ser un impedimento para la realización de la verdad y
de la belleza que, al estar más allá de nuestras concepciones preestablecidas,
son divinas y como tales principio de armonía.
Esto, aplicado simplemente a las artes, es
relativamente sencillo. La dificultad aparece en el momento en que lo que se
intenta es hacer un arte de la vida, puesto que allí no hay separación entre
dos ámbitos diferenciados. Es más fácil que un actor represente un personaje
sobre el escenario, que para un ser humano vivir con la incertidumbre de si el
mundo que habita es en realidad un simple escenario de teatro o tiene, por el
contrario, entidad real. ¿Son más reales las intuiciones del corazón y los
vislumbres de la inteligencia que las emociones y los sentimientos concretos
que experimentamos? ¿Se puede vivir encontrando una consonancia entre los
diversos niveles?
Es
preciso aprender a vivir como el actor que aún y sabiéndose en un escenario no
es indiferente al sufrimiento humano que inevitablemente padece en su
actuación. Por eso el sentido del humor es tan importante: nos recuerda nuestra
condición de simples actores destinados a desparecer de las miradas de los
espectadores una vez el telón se haya corrido.
De todos modos, si son auténticos, el bien, la justicia, la verdad y la belleza no deberían estar separados.
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