La belleza se encuentra suspendida en algún término medio entre ver y no ver. Es el lugar donde habitan también las luces de la inteligencia. No somos ni padre, ni espíritu santo, sino verbo que se hace carne en la materia, ser humano.
La materia de la que se compone la tierra, agua, arcilla, madera, vegetación, savia, minerales, todo nos habla de una única luz que alumbra la imagen del universo.
De captar esta intuición a vivir verdaderamente en consonancia con ella, hay un largo camino que requiere no pocas dosis de coraje, que no tenemos.
Vivimos en un momento en que no podemos limitarnos a encerrar esta verdad simple entre los muros de las iglesias. Debemos aprender a vivirla real y abiertamente, y proclamarla a los cuatro vientos a través de la danza, el canto o la poesía, a través de los medios particulares que hayan sido dados a cada uno para expresarla y transmitirla.
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