En el suave crepitar de
tu duelo
veo la luna que
relampaguea,
veo unas manos secas
que, serenas
acarician con dulce
llanto tu figura.
Apareciste un día de
febrero.
El aire que golpeaba tus
sienes
mecía los sonidos del
estanque
en el que se reflejaba
tu sangre.
Y así, con alma
dolorida,
con un veneno tierno en
tus heridas
dejaste que mi voz te
sosegase.
¡Cuántas mareas de
ceniza al viento!
como una espada que
atraviesa el tiempo
en mi silencio
dibujaste.
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