Dibujar, como fotografiar, son formas de pensar la realidad. La observación que ambos requieren nos lleva a establecer un vínculo diferente con lo real, donde de lo que se trata es de capturar un instante, lo que convierte ese momento en algo único. Dibujar o fotografiar nos obligan así a salir de nosotros mismos a través de un progresivo agudizarse de la atención que hace nuestra relación con el mundo circundante más intensa de lo que es habitual, penetrando en sus rincones invisibles.
Se trata de una forma nueva y diversa de vivir el espacio y el tiempo, de percibir en el espacio, el tiempo. Y eso es así porque lo que se captura mediante el dibujo o la fotografía no es sino la luz que se proyecta sobre la materia resaltando sus contornos, luz que se mueve en el espacio en un tiempo determinado.
Por eso, esta observación atenta de la luz se convierte en una forma de pensamiento, porque enseñándonos a ver siempre de nuevo nos ayuda a crear la distancia y perspectiva necesarias para que pueda darse un movimiento interno, una visión, que incrementa nuestra energía y vitalidad.
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