De las muchas virtudes que contiene y transmite la música de Jordi Savall, dos me parecen claves para la paz y el bienestar del alma: la lentitud y la distancia, condiciones de posibilidad para llevar a los oyentes a un estado de recogimiento --haciéndolos más humildes-- y restituyendo su espacio interior. Nos situamos ante una música de largo alcance, que puede hacernos próximo lo lejano y devolvernos a nuestra dimensión vertical, así como restituir el tempo natural de nuestras vidas, generalmente atribuladas. Se nos ofrece la posibilidad de recuperar un centro en nosotros que nos devuelve a lo más esencial, a lo que realmente somos.
Sonidos aparentemente remotos y alejados de nuestra realidad inmediata, se convierten en una clave para devolver la salud a nuestro tiempo, creando puentes de comunicación internos con otro aspecto de aquella misma realidad que no está separado de nuestros orígenes y de nuestras raíces. Los sonidos que nos hablan de la lentitud, la distancia, la humildad, y despiertan en nosotros una mayor conciencia del transcurso del tiempo, son la manifestación misma (puesto que no son simples "medios" o "representación" de otra cosa) de lo que al encontrarse en el tiempo, lo supera, de lo que precisamente por su proximidad nos permite trascender los límites estrechos de nuestra individualidad y ponernos en contacto con las realidades más simples y diáfanas del universo que nos muestra, en un nivel cotidiano y elemental, aportando la luz y la serenidad que necesitamos. Al escuchar los sonidos que son la prolongación de los instrumentos antiguos de los que proceden, nuestro pequeño mundo interior se ordena y se armoniza con el conjunto de la realidad, liberándonos así de una condición fragmentaria y disgregada que nos quita la paz e instaura la discordia entre nosotros. Recuperamos el contacto con una perspectiva más unitaria de la realidad, que no es otra distinta de la que en verdad ya vivimos, pero que el exceso de distracciones nos impide reconocer.
Serenidad, armonía, concordia, unidad, se hacen así posibles gracias a la atención precisa a cada una de las notas, al recorrido que se realiza, a la lentitud del tempo que en su repetición crea la distancia necesaria para permitirnos alzarnos por encima de nosotros mismos y abandonar el espacio cerrado al que estamos habituados, recuperando desde este nuevo centro no auto-centrado la conciencia de una presencia más digna en el mundo.
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