"En
aquel momento Lancelot escuchó un sonido procedente de los matorrales. Era como
un quejido, un murmullo, un llanto. Las hojas se agitaban como si alguien
detrás las moviera y parecía solicitar ayuda. Lentamente, Lancelot se aproximó
al lugar del que procedía el sonido y entre las hojas verdes le pareció
reconocer un brillo de color pardo: descubrió unos ojos que lo miraban con esperanza
y con miedo. Retiró lentamente las hojas y su mano notó un cuerpo tierno,
cálido: allí, agazapada y temblorosa entre las hojas yacía una niña de poco más
de siete años, con el cabello del color de la paja y las ropas marrón oscuro
hechas trizas. Tenía pequeños rasguños en los nudos de las manos, en los
hombros y en las rodillas. Había perdido sus sandalias y los pies desnudos
estaban llenos de tierra y barro, al igual que su cara, en la que resplandecían
intensos aquellos ojos dorados.
Lancelot
se estremeció al contemplar aquel rostro y aquel cuerpo vulnerable y tembloroso
perdido en la noche clara. Observó su armadura
y sintió que debía quitársela para poder sostener el cuerpo frágil y conducirlo
hacia algún lugar seguro. La niña lo miraba sin decir palabra y de sus cabellos
parecía emanar un resplandor de fuego, a pesar de que su piel era muy blanca.
El cuerpo de la niña parecía haber quedado atrapado entre los matorrales,
enredada entre sus espinas que le habían hecho algunos rasguños. Con cuidado el
caballero apartó las hojas y tomó muy lentamente aquel cuerpo entre sus brazos,
mientras la mirada intensa de aquella criatura le atravesaba la retina y se
clavaba como una espada en su pecho. Lancelot no tenía ni armadura ni caballo.
Solamente unos harapos, la lanza rota con la inicial en la empuñadura, y el
anillo que descubriera con sorpresa
en su dedo anular cuando todavía estaba en la torre. En el momento en que la
tomó entre sus brazos, la niña pronunció un suspiro, volvió a mirarlo atónita,
aun temblando, y se quedó dormida.
Era
prácticamente la hora del amanecer cuando, tras haber caminado largamente durante
toda la noche, Lancelot vislumbró un claro al final del camino, que se abría entre
los árboles frondosos y altos, cuyo color de un azul plateado lentamente daba
paso a los colores del día, mientras las ramas de los árboles empezaban a
teñirse de naranja y de amarillo."
Extraído de La isla de Lancelot du Lac y el reencuentro de Ganarval. Una novela a destiempo, de Miguel Ángel Anónimo (todavía en construcción)
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