[...] Lo
cierto es que la traducción de un libro es un proceso largo, que no se limita a
trasladar su contenido a otro idioma, sino que pasa por una serie de fases que
van desde que a uno le proponen traducirlo hasta que llega a las manos ya
definitivamente publicado. Es este proceso lo que me gustaría, lo más
brevemente posible, exponer aquí.
Cuando
a uno se le asigna la tarea de traducir un libro lo único a lo que en principio
puede atenerse, es al título. Cuando se me propuso traducir Sur le maniquéisme et autres essais (así
se llamaba entonces) de Henri-Charles Puech enseguida me vino a la memoria un
trabajo realizado tiempo atrás a partir
del tratado de Plotino Contra los
gnósticos, que me había llevado a consultar el primer volumen del libro de
Puech, En quête de lo Gnose (En torno
a la Gnosis). Ese era, en aquel momento, el único
referente que tenía además del título. Así pues, podía hacerme una idea vaga de
lo que trataría, pero no podía imaginarme ni por asomo lo que supondría el
traducirlo.
Desde
el momento en que uno decide traducir un libro, hasta que el libro llega a las
manos transcurre cierto tiempo. Entonces es imprescindible realizar un buen
trabajo de organización. Tuve la suerte de ser aconsejada por una amiga
traductora que me
advirtió de los peligros en el momento de organizarse el trabajo y de la
importancia de dejar tiempo suficiente para realizar la corrección, pues
siempre se dejan para el final aquellas cuestiones que no pudieron ser resueltas
en su momento por ser especialmente difíciles.
Normalmente,
si se dispone de tiempo, es aconsejable leer todo el libro antes de traducirlo.
En mi caso, he de confesar que me limité a echarle un vistazo rápido puesto que
no estaba segura de disponer de tiempo suficiente, dada su extensión.
Normalmente, también, si el libro es un ensayo o una novela, el traductor
empieza a traducir por el comienzo y acaba por el final. Tampoco en este caso
fue así, porque se trata, según afirma el propio Puech en el Prefacio, de “la
continuación, de hecho y por así decirlo el complemento, de dos volúmenes más
recientes (En quête de la Gnose,
París, Gallimard, 1978) y es, como ellos, una selección de distintos trabajos,
una recuperación de escritos independientes, diversos tanto por su naturaleza
como por su extensión o su fecha: artículos, conferencias, informes, resúmenes
o reseñas de cursos, simples notas o ensayos breves, aparecidos ocasionalmente
entre 1930 y 1972 y dispersos aquí o allá en revistas o en colecciones a menudo
poco accesibles.” Al ver que los ensayos eran independientes entre sí, decidí
comenzar por el más corto, pues pensé que así podría hacerme más rápidamente
una idea de lo que suponía la traducción de una unidad, era el apartado
titulado: “Pecado y confesión en el maniqueísmo.”
A
este siguieron el de “San Pablo entre los maniqueos de Asia Central”, “La
concepción maniquea de la Salvación”, “El Príncipe de las Tinieblas y su
reino”, “Música e himnología maniqueas”, “Liturgia y prácticas rituales en el
maniqueísmo” y “Catarismo medieval y bogomilismo”. Después fueron traducidos
los tres pequeños ensayos, que Puech escribiera en su primera juventud, que
están al final del libro, “El ciervo y la serpiente”, “Las cárceles de Juan Bautista Piranesi” y “Significación y
representación” y finalmente el Prefacio que, eso sí, ya había leído. En él se
exponen todas las dificultades que el autor encuentra en la organización de su
trabajo y se advierte, ya desde el comienzo, del paralelismo entre la forma del
material con el que se trabaja y su contenido. “General o vago”, nos dice al
comenzar, “por necesidad, el título dado a este volumen corre el riesgo de
prestarse a confusión.”
Tal
vez una de las tareas más difíciles del traductor, si bien la más importante,
sea la de permanecer fiel en todo momento al texto original. El traductor ha de
ser capaz de comprender el sentido de cada frase en el conjunto de la obra, y
gracias a un ejercicio de atención lograr desaparecer y convertirse en un puro
intermediario entre la lengua de origen y la lengua a la que se traduce, como
un instrumento a través del cual pasase una vibración. Siempre transcurre un
tiempo hasta que el traductor llega a familiarizarse con el texto de modo que
han de ser sacrificadas algunas páginas, las primeras, hasta que puede empezar
a escucharse el tono con cierta nitidez. Por eso es tan importante cuando se
traduce preguntarse una y otra vez por el sentido de cada frase, no
desvincularla nunca de su conjunto. Algo que, ahora que ha pasado ya cierto
tiempo desde su publicación y que he podido releerlo con distancia, siento no
haber conseguido.
Pero
al trabajo de traducción siguen toda una serie de tareas que el traductor novel
en un principio desconoce. A la traducción ha de seguir un trabajo minucioso de
revisión del texto, han de ser buscados todos aquellos términos que no fueron
hallados en su momento, deben revisarse las notas, los acentos de los términos
extranjeros que en este caso, he de decirlo, eran muchos y muy raros. El
traductor, como el historiador que descifra los documentos de la antigüedad,
inicia un trabajo de reorganización del material traducido, tiene que comprobar
nombres, fechas, índices; en esta fase del proceso es cuando el traductor se
arrepiente por haber confiado demasiado en su capacidad para solucionar todas
estas cuestiones al final, puesto que ahora son muchas y el tiempo apremia; en
esta fase además siempre se encuentran errores con los que no se contaba y uno se
pregunta cómo es que no se estuvo antes más atento. La fecha de entrega, sin
embargo, se aproxima y llega un momento en que el manuscrito ha de ser enviado
a la editorial.
Y
entonces puede el traductor darse un respiro. Hasta que un buen día recibe un
correo donde se le comunica que van a volverle a enviar el manuscrito ya
corregido para revisarlo una segunda vez. Algo con lo que tampoco se cuenta,
pues por entonces han pasado muchas cosas y uno ya se ha olvidado. Transcurrido
algún tiempo se recibe un día en casa el manuscrito ya finalmente publicado.
Normalmente,
cuando se realiza una traducción, el proceso se termina con su publicación. En
este caso, sin embargo, tampoco ha sido así. Ahora, después de casi medio año
desde que fuera publicado, vuelvo a encontrarme reflexionando sobre el trabajo
realizado, después de haber vuelto a ojear el libro y haberme sorprendido
corrigiendo casi de forma inconsciente sobre el texto definitivo. Ahora vuelvo
a verme con la misma actitud del historiador que ha de revisar de nuevo los
documentos, recomponer fechas, reorganizar el material en busca de algo así
como un sentido. Y releo con asombro el final del Prefacio, que precede a los
agradecimientos, con el que concluyó la traducción:
“Asimismo,
el modo artificial de su composición, las diferencias de fecha y de estilo de
los textos que comprende y que consignan los resultados de una investigación
enriquecida y modificada sin cesar por el descubrimiento de nuevos documentos
y, por ello, siempre inacabada, condenan a una selección de este género a
permanecer imperfecta […] La pureza está amenazada por la mancha; lo absoluto,
comprometido por lo relativo. Nuestro mundo, como todo lo que hay en él o es
suyo, resulta así de una “Mezcla”; es, tanto por su constitución como por su
origen, “mezcla”; no hay nada que no sea defectuoso, incompleto, “mezclado”
–mezclado de bien y de mal, de claridad y de sombra, de verdad y de error. No
podía ser de otro modo en esta obra.”
A partir de la traducción de Sur le maniqueisme et autres essais, de Henri-Charles Puech. (Siruela, 2006)
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