Queremos llegar a formular bien una pregunta:
la pregunta sobre qué es un icono y, sobre todo, la pregunta sobre qué le
ocurre al icono en un mundo donde, sobre todo después de pensadores como
Eliade, las nociones de “sagrado” y “profano” piden ser redefinidas.
Lo
que elaboro en estas líneas, es un pensamiento totalmente embrionario, que
apunta a una transformación del icono en nuestros días. Me parece intuir que si
hay algo que caracteriza al icono es precisamente su carácter distintivo.
Un icono, es decir, una imagen sagrada, lo es porque hay algo que la distingue
radicalmente de la realidad profana en el interior de la cual nace, otorgándole
a ésta un carácter radicalmente distinto (cfr. Eliade, Lo sagrado y lo
profano, y Tratado de las
religiones).
El
pensamiento que quiero elaborar aquí nace de una imagen inicial, de una
pregunta: ¿qué ocurre si leemos toda la realidad en clave sagrada, es decir, si
reconocemos la presencia de lo invisible en todo el ámbito de lo visible sin
distinción? Sería como si todo el mundo fenoménico fuese un icono, es decir,
una manifestación de lo invisible a través de algo visible. Pero una mirada así
sobre la realidad, anularía precisamente aquello que es más característico de
lo que llamamos sagrado, cuya carácter distintivo es fundamental. Quizá nos
hallaríamos en el origen de una mirada creativa, es decir, precisamente aquella
que contiene en sí misma, en potencia, la capacidad de reconocer la presencia
de lo sagrado en el mundo, si aprende a distinguir. Sería el comienzo, muy
embrionario, de una mirada espiritual sobre la realidad. Pero la indistinción
es una de las principales características de la infancia, y la toma de
conciencia de la misma, un principio de discernimiento que posibilitaría
iniciar un camino hacia una unidad nueva, que para ser restituida requiere de un
largo proceso de distinción.
Hemos
esbozado de manera muy precipitada e imprecisa justamente aquello en lo que
consiste la creación de un icono (que puede ser una imagen pictórica, pero
también un poema, una composición musical o un texto: una mirada que reconoce
la presencia de lo invisible en aquello que se ve); una toma de conciencia de
dicha mirada que aprende a seleccionar (que no significa separar) aquello que
le parece tener valor, sustancia, realidad, más allá de la mera apariencia; y
la composición de una unidad nueva fruto de un proceso de discernimiento y
“purificación”, es decir, eliminando todo aquello que no permite que “lo
invisible” se manifieste con nitidez y transparencia. Y eso seguramente sería
lo que llamamos “icono.”
Es
un proceso similar al que, en palabras de Panikkar, supondría la conquista de
una Nueva Inocencia. Ahora bien, parece que la creación de un icono consiste en
“limpiar”, y eliminar todos los aspectos superfluos de la realidad, para hacer
visible una imagen no perceptible con los sentidos exteriores. Para ello existe
una tradición simbólica de la que no se puede prescindir, puesto que la imagen
de la que hablamos no es temporal, a pesar de que se acuña y forja con el
transcurso del tiempo. El tiempo es la
condición de posibilidad para la elaboración y el trabajo de esa “imagen” que
se sustrae a él, pero que necesita del tiempo y de la historia para crearse. La
historia, lo perdurable de la historia, es cuerpo de luz del gran icono que
conjuntamente creamos desde nuestra humanidad. Así, un icono es algo que hace
referencia a una imagen concreta, limitada, física, como puede ser la imagen de
un Pantocrátor en el interior de una iglesia. Pero el Icono, no finito, que la
experiencia humana en el tiempo aprende a reconocer como lo único Real, ni se
limita a una imagen concreta, ni es tampoco la suma de todos los iconos que se
han realizado a lo largo de la historia. Hay en él algo dinámico y continuo,
pero hay en él algo que permanece más allá de esta dinámica y continuidad, que
es ajeno al movimiento porque no pertenece al espacio y ajeno a cualquier idea
de continuidad o discontinuidad porque no pertenece ya al tiempo, a pesar de
haber necesitado tanto del tiempo como del espacio para ser.
Un
icono nace en el tiempo y el espacio, los transforma y es transformado por
ellos, antes de regresar a su lugar de origen, que nunca es un retorno, puesto
que la existencia espacio temporal, al ser atravesada, comporta un nuevo
nacimiento.
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