lunes, 29 de febrero de 2016

¿Para qué sirvo?


    ¿De qué me sirve lo poco de divino que hay en mí si me pone en ridículo ante la mirada de los humanos? ¿De qué sirve mi humanidad, si me aleja de un contacto personal con lo divino? De nada sirve, más que para reconocer la ausencia de pertenencia a este u otro lugar. De nada sirvo, más que para seguir caminando en busca de lo encontrado, una vez más perdido, para encontrarlo nuevamente tal vez con mayor intensidad. 
    Pues hasta que no reconozca en lo humano más concreto lo concreto divino, a través de la amistad que se sitúa en el límite entre ambos, seguiré siendo tan sólo palabra que intuye la luz que no ha visto, voz que todavía no canta, cuerpo que no sabe tocar. 
     Pero sirve eso que todavía no es, para reconocer de un modo más tangible en lo que falta, los nuevos pasos a seguir. Por eso nunca dejaré de pronunciar la única palabra para la que sirvo y que siempre me sirve, aunque no sirva para nada: 

¡GRACIAS!

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