La falta de fe es perder de vista el horizonte que hace posible la transformación de nuestros impulsos destructivos en amor y, con ello, la capacidad de reconocer y de respetar al otro como lo que realmente es. Cuando el miedo y la falta de confianza nos hacen perder de vista dicho horizonte, dejamos de ser dueños de nosotros mismos y de nuestras acciones, perdiendo así también nuestra libertad y la posibilidad de realizar lo mejor de nosotros mismos: nos volvemos ciegos, esclavos y mezquinos, y lo peor de la condición humana se manifiesta en nosotros.
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