miércoles, 18 de febrero de 2015

Ellos

          Regresaron de un largo viaje al borde del abismo.
  Una mañana de invierno, devorados por las olas resplandecientes. Era miércoles y el sol se reflejaba en los rostros de los marinos.  Habían oteado las últimas estrellas, y emergido en silencio del corazón de la noche. Tantas veces olvidados de la vida, del sol o las tormentas. Atrapados en seguridades inciertas, lejos del aire, de la lluvia, del cielo, del mar y las montañas, apresados en sus ritos y funerales, incapaces del sí desnudo y doloroso a la vida.
     Yo era una de ellos, cobarde y anodina, agazapada detrás de una pantalla, refugiada en obligaciones sin sustancia, temerosa del contacto con la brisa o del calor de los rayos en mi cara. Temible cobardía, incapaz de escoger entre la muerte o la locura, locura o poesía: poseía.
     Ahora comprendo aquella frase tantas veces repetida por uno de mis maestros, “¿para qué poetas en tiempos de penuria?” Porque ellos, solamente ellos, se hacen capaces, por un imperativo honesto y lleno de coraje, de regresar a los orígenes auténticos, beber de las fuentes de nuevos manantiales que ningún otro humano ha probado todavía, el coraje de mantenerse a la intemperie sin protección y sin refugio alguno. Y yo, ¡cobarde!, cuánto tiempo derramado y perdido entre las maletas de viaje, que no he sabido abandonar a tiempo, aunque queda todavía algo de tiempo por delante.
    Caminar a la deriva sin guía por el firmamento, acaso guiados por aquel firmamento mismo, sin identidad ni firma. Números de una serie que ha salido de la fila, abandonándose al frío invierno, y al extremo calor en las mañanas de verano. Números que han perdido el DNI, pero saben al menos que ellos no corresponden a los nombres que les pusieron. Valientes perdedores de identidades ficticias que al perderse buscan hacerse idénticos a sí mismos, lo que equivale a hacerse nadie.
     ¿A todos les ocurre? ¿Todos sienten la conmoción de la intemperie a la que sigue un llanto incomprensible y (¿por qué ocultarlo?) cristalino? ¿Ese que en el momento en que la roca se parte y de nuevo el corazón deja oír sus latidos, somos incapaces de concebir, porque es tan lejano, tan suave, tan fino y tan cercano, que nos reconocemos indignos?
     Solamente los insumisos alcanzan a veces un corazón de carne que respira, sienten abrirse las cortezas de los árboles y contemplan exhaustos sus anillos, hasta que allí, en el centro, vislumbran en el fondo sus raíces.
        Y en la rama del árbol, un pájaro que mira. 

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