sábado, 24 de diciembre de 2016

Árboles amarillos



Ha llegado el invierno
con un atardecer dorado.

Caen cálidas las luces

sobre el suelo de asfalto.

Mientras lentamente respiran
en las copas los pájaros
haces de pergamino
tejen silencios de madera
en los dedos mojados.

***

Una espiral de hogueras que crepitan
en el umbral del tiempo
y de las almas dormidas.

Despiertan los corceles del cansancio
que bajo un cielo pálido recitan
canciones que cantaban los ancianos.

Suenan medianoches de espuelas
mientras galopan hacia el tiempo del pasado
que reposa en un mar futuro
y se detiene a tu lado.

***

Ahora que el dorado del cielo
atraviesa los bosques
y el invierno
se deshace en cánticos de silencio,
escucho el crepitar de un árbol
que sin apenas decir nada
me abraza con sus ramas de eucalipto
y me hace desaparecer,
me lleva al interior de sus raíces
donde hay un centro iluminado.

***

Me miras desde tu distancia amarilla
y mis ojos reposan sobre el agua,
se deshacen en llantos de silencio
que riegan el interior de tu cuerpo
mojando los labios de vino.

Se enciende el firmamento.

Hablas del aire que no cesa
de tantas voces que galopan
de sueños plateados que despiertan
y de la música que rozas.

Pero de todo,
me quedo con lo que callas
el silbido del viento
cuando la luz se apaga
y un rumor de mar infinito
que te aguarda.

***

Basta con empezar.

Es cuestión, simplemente,
de romper lentamente el hielo.

Gotas de sangre caen sobre la arena
riegan los campos de vino
sembrando frutos deliciosos.

Y otros que no han sido tocados
por la espina de la rosa
lo beben y se deleitan
ajenos a tu sudor,
a tu sangre y a tu barro.

***

Te has ido ya.

De tantas noches de espera
caen tus lágrimas amargas.

Pero una flor
de color verde pálido
crece del interior de tus pupilas.

Es una nueva luz que te alumbra
y aligera el cansancio,
una luz que se posa en tu pecho,
morada de tu llanto.


Nota: algunos de estos poemas nacen de la lectura de Memòria de la llum, de Carles Duarte.

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