De nuevo en la soledad y el silencio escucho la voz del vacio. Se abre otra vez el recuerdo, de una intimidad olvidada; fuente de agua clara, gota en el desierto que habla. Mas alla del deseo, la nada que apacigua. Mas alla de la nada del tiempo, un no se qué que suspende los sentidos y quemando sin fuego apaga la sed de infinito. La vida nos aporta lo necesario en el momento preciso.
Dios nos llama con su ausencia. La ausencia es sustancia que eleva las almas hacia regiones desconocidas y las hace crecer. Ausencia de Dios que es ausencia de nosotros mismos. Ausencia de alguien o algo que dirige y sin direccion se camina hacia el nucleo que irradia desde el interior y que no siendo humano, humaniza. Hilo sutil que te enseña a soportar la renuncia, a abrazar la carencia como gracia divina. La madurez de la fruta al caer que se sabe semilla, arbol destinado a perder las hojas en invierno y a mostrarnos sus anillos. Arbol que se abre al contacto afilado del hacha, abocado al centro de una hoguera que abandona la piedra y se hace humo. Arbol que es ahora superficie blanca, sobre la que escribo.
Aparece entonces el universo en la taza de cafe, en el bar de Lucia, en la conversacion del vecino, en la musica de Van Morrison que de pronto se escucha.
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