Arvo Pärt. Fratres per
violino e pianoforte
Velocidad eléctrica del violín, en
ascensos y descensos precipitados, cada vez más intensos y veloces. La
gestualidad de Bosso que comunica la emoción al son de la melodía.
El piano irrumpe indicando una pausa al frenesí. Momento
de recogimiento y reflexión, como pies que caminan lentamente sobre la nieve
sin dejar huella. Espacio. Pausa y espacio. Diálogo sigiloso de los
instrumentos que empiezan a perseguirse. Ascensos y descensos ahora leves. La
persecución se convierte en encuentro, curva y choque. Inicia una lucha entre
los instrumentos, que de su enfrentamiento hacen nacer un fuego. Fuego que arde
y de pronto se suaviza y se detiene. Se reanuda el diálogo con sus pausas y
silencios. La armonía entre los dos hace olvidar el enfrentamiento. Lo que era
combate y lucha se ha convertido en abrazo y amor. Los instrumentos, unidos, se
rozan. Súbitamente reanudan la lucha como en las fuerzas de pronto
desencadenadas de la naturaleza. Combaten los elementos hasta que necesitan un
nuevo sosiego.
Ahora danzan de nuevo caminando uno
junto a otro, conservando una fuerza que se ha convertido en contención.
Lentamente se separan, para volver a encontrarse en la armonía. Sus pausas
indican los espacios que mutuamente deben respetarse, como si pudieran
escucharse también los latidos y su respiración. Al unísono se apaciguan y
acarician. Otra vez se aman, se besan, y lentamente se adormecen uno junto a
otro hasta un nuevo silencio final.
Ezio Bosso. Sulle radici
Un último, siempre primero y último,
esfuerzo en el darse. Un silencio que habla de la grandeza de lo que no tiene
ni principio ni fin. Nace desde el interior de la tierra y acoge la luz que
viene desde lo alto, cada vez con mayor intensidad, lentamente, creciendo.
Súbitamente se acelera y aligera, y lo que era grave y profundo se torna
progresivamente volátil y grácil. Hasta que llega un momento en que gravedad,
grandeza y profundidad se unen a la ligereza y a la velocidad. Un in crescendo que
es fuerza hacia el interior de la tierra e impulso para elevarse hacia una
altura cada vez más excelsa. Donde de la fragilidad nace la fuerza y la
potencia nace de la tierra. Hasta que todo se acelera, agrava, aligera y
precipita. Ríos y cascadas que velozmente se deslizan y caen en picado hacia
abismos de silencio que desembocan en un océano blanco donde todo se detiene en
una calma infinita. Donde todo, por fin, respira.
Vuelve
el silencio inicial, renace el diálogo mudo entre los dos. Hablan callando, es
un decir que es espera y escucha, un temblor de delicadeza y de emociones
contenidas. Reanudan la marcha con brío. De nuevo aparecen cascadas y ríos,
fuerzas naturales que se precipitan y se entrelazan, fundiéndose en un
remolino, una espiral que salta y asciende, una cascada que es ahora invertida.
Danzan
los pájaros sobre el agua, sobrevuelan las mareas los cisnes y callan
extasiadas las almas. Todo se acelera y aboca hacia un salto infinito, de
avances y retrocesos, de quietudes, movimientos e impulsos. Hasta que un
impulso final decide el salto definitivo y la fuerza de la tierra hace que
crezcan las alas veloces de un tiempo que no termina, de un espacio que se
dilata y expande en el que todo tiene cabida, como el reposar de las olas del
mar sobre la arena de la playa.
De
allí nace un nuevo río ahora transparente y sinuoso, en el que rayos de sol
trazan sus figuras de oro y plata, entre peces de colores que se escapan,
nadando contracorriente en busca de su propio origen. Saltan y saltan y saltan,
y sus reflejos plateados forman de pronto un torrente de luz, que poco a poco
se apacigua y da origen a un lago. Un acto de atención pura a la pausa y al
ritmo, para poder aumentar la fuerza del torrente que de pronto irrumpe en la
escena dejándonos mudos.
Ambas piezas son interpretadas por Ezio Bosso y Sergej Krylov.
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