Sólo tú que alumbras las esquinas de una inmensidad silenciosa, conoces el valor de las horas sudadas, soportadas bajo un sol que quema con sus rayos las sombras e inunda los huecos vacíos de un alma que clama por su libertad.
Solamente tú con tu ardor que acaricia la noche iluminada, eres luz verdadera, y libertad.
Sólo desde el grito apagado que da paso al silencio matutino en plena lluvia haces reverdecer los campos y florecer las flores marchitas del invierno.
Y aquí, a la sombra de tu calor que arde sin consumir, crece en el pecho una nueva luz silenciosa, capaz de abrazar con su llama oscilante otras noches, otras sombras, otros tú.