jueves, 18 de agosto de 2016

¿Quién hace o cómo se hace la historia?

Es poco, muy poco, apenas nada, lo que sabemos acerca del decurso del tiempo y de nuestro paso por esta vida. Nacemos, crecemos, algunos nos reproducimos, y nos morimos. La mayoría, acabamos ejerciendo una profesión, con un horario más o menos estable que nos proporciona una mayor o menor satisfacción, formando una familia, y más o menos asentados en una rutina que nos otorga un mínimo de orden y seguridad. Rutina sin la cual gozaríamos de tal libertad que viviríamos sumidos en el caos y nuestra existencia se tornaría probablemente tan angustiosa que difícilmente podríamos soportarlo. Vivimos sometidos a reglas y normas y gracias a esos límites, sobrevivimos ¿Pero quién hace la historia sino cada uno de nosotros en función del modo en que nos relacionamos con esas reglas y normas necesarias que nosotros mismos hemos creado? Y necesarias, lo son. Transgredirlas, si no se las tiene en cuenta y se las trata con sumo respeto, no es más que un movimiento estéril que no hace sino conducir a la dispersión. Pero esas reglas y normas son también la demarcación de un límite, de unos muros, por decirlo así, susceptibles de ser empujados con esfuerzo haciendo así posible que se amplíe nuestro horizonte de visión y que el modo de funcionar de nuestras sociedades cambie. Y es allí donde el artista, el auténtico artista, se sitúa y allí, justamente, donde se “hace” la historia.
Situarse en esos límites, es un riesgo del que  no siempre se sale ileso y que exige sacrificio, rigor, concentración y disciplina, puesto que basta salirse un poco de la línea para emborronar el cuadro. Situarse en ese límite es como recortar los contornos de  una silueta con unas tijeras y vaciar así a la invisible escultura de todos los añadidos que nos impiden verla, llámesele alma, espíritu, forma, imagen (bild), o lo que sea. Hacer “arte” por decirlo así, no es entonces más que mostrar algo que en realidad ya existe, pero que está lleno de añadidos que nos impiden ver sus contornos. Por lo tanto crear, en cierto sentido, es también “delimitar” y precisamente por ello solamente puede ser “creador” quien ha tenido el valor, o la simple necesidad imperiosa a la que se ha visto arrojado por la vida, de situarse más allá o más acá de dichos límites; lo que le proporciona una perspectiva externa, distanciada, que a su vez hace posible la visión de conjunto que lo “autoriza” a ese trabajo costoso de demarcación, delimitación de los contornos de lo que ve de un modo, hay que decirlo, intuitivo.  Por eso, tan importante es la ruptura y salida de los límites, como el retorno a ellos. La salida de los límites que supone una vuelta al caos primigenio donde el artista palpa el material necesario para su creación,  y la construcción mediante un trabajo diario, casi de forjador, de un centro que ayuda a ordenar y a concretar el caos. Y esa es seguramente la parte más meritoria y la más difícil puesto que no encontramos en ella ni el gozo que supone el hallazgo inesperado de la mina de oro, ni nos asegura tampoco que ese oro que creemos haber encontrado sea en verdad puro y tenga algún valor: ello a pesar de las horas y horas en las que uno se pelea con los muros de la mina bajo un sol de justicia.
Por eso un artista en nuestras sociedades es tan preciado, se le reconozca o no: es quien asume el riesgo de la pérdida, quien lleva consigo el dolor de un cuerpo arrojado cientos de veces contra un muro y la hiriente clarividencia que, mal canalizada, corre el peligro de arrastrarnos a la locura. Sobrevivir a todos esos peligros, salir ileso y con algo que ofrecer en las manos es, queridos amigos, casi un milagro.

                                 Maria Cucurella Miquel, 1 de enero del 2011

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