domingo, 9 de febrero de 2014

Montserrat

     He venido a Sant Benet en busca de un instante de silencio y de reposo. Como siempre me ocurre cuando vengo aquí siento el poderoso magnetismo de la montaña que me atrae hacia sí, como si algo de ella quisiera conducirme hasta lo mas profundo de sus entrañas. Pero junto a esta fuerza casi irresistible hay en mí la convicción de que ha de ser posible vivir este arraigo y profundidad al que me conduce sin duda alguna la montaña, sin necesidad de atarse a un lugar. Sé que lo que mora en su interior habita también lo más profundo de mi alma y quisiera poder habitar ese espacio insondable que nunca se acaba en todo momento y en todo lugar. 
     La vida misma es quien a fin de cuentas se encarga de conducir nuestros pasos, lo sepamos o no, y más allá de cuál sea nuestra voluntad más propia con todas sus resistencias, temores y proyecciones que no hacen sino obstaculizar nuestro anhelo más profundo. Siento si algún lector ocasional de este blog se encuentra con palabras excesivamente trascendentalistas y pretenciosas aquí. Nada más alejado de mi intención. Quisiera escribir sobre el simple susurro del viento por las noches y las caricias plateadas de la luna sobre la laguna, pero hay en su fondo una fuente inagotable de sabiduría a la que uno difícilmente se puede resistir, que exige comunicarse, compartirse, pronunciarse, para dar cabida a su silencio, salado y dulce. 

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