jueves, 12 de diciembre de 2013

En las colinas

 

He visto unas colinas desprovistas de minerales. He caminado en silencio, durante noches interminables, esperando a que llovieran del cielo manantiales de ceniza o brotaran del fondo de las cuevas nuevos fuegos.
Ya lo dije una vez.
Al caminar por las calles al mediodía, se escuchaba el canto de los jilgueros. Había poca gente en la casa, tal vez cuatro o cinco vecinos, una gata blanca, el perro negro y un colmillo de marfil. Era una casa de madera en el corazón de una montaña. Aquella tarde el cielo era intensamente gris. Los cúmulos miraban las colinas, a la espera de vomitar chorros de agua para hacer reverdecer la hierba y alimentar con minerales a quienes la habitaban.
No recuerdo la última vez que vi llover.
Eran las tres del mediodía.
Sobre la cima, tres cormoranes descansaban.

Era una tarde de noviembre y comenzaba a llover. Veíamos aparecer bajo los párpados la brisa, y estremecerse como tumbas las laderas descalzas.
Una luz blanquecina se posa de pronto sobre tu cara. Me ofreces una sonrisa, esa mirada transparente que me traspasa, y tu corazón encendido se refleja en la montaña.
Entre los cúmulos espesos que vomitan chorros de agua, emergen de nuevo unos pálidos rayos de sol. Y de pronto se incendian las colinas, los cormoranes emprenden el vuelo, atraviesan el cielo mientras sus alas cortan el aire como espadas.
En tu rostro sigo observando un halo transparente. Vuelves a sonreír mientras miro por la ventana y me estremezco al comprobar que hay un chacal tras las cortinas.

Las colinas están llenas de minerales. Después de las lluvias torrenciales su superficie se ha cubierto de diamantes. Lobos y animales salvajes habitan libremente sus bosques. Y entre las dunas del desierto nunca visto, sabes que volverá a llover. 

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