martes, 10 de marzo de 2020

Días de gris dorado. Un cuento.




Calles grises, muros grises, rostros grises. De un día para otro todo se volvió gris. Las aceras cenicientas se vaciaron de ancianos, de jóvenes y de niños, y en los parques no quedaba más que un alma solitaria que paseaba a los perros. Tarde o temprano tenía que llegar. No estaba escrito, pero podría haberlo estado. En los rincones de las calles, los gatos maullaban mientras devoraban los restos de la comida del día anterior. Los papeles se arremolinaban en la calzada empujados por el viento y la angustia se adentró sigilosa a través de las ranuras de las casas.
Pero no todo era angustia y temor. En algunos rincones los corazones todavía latían, y las pupilas brillaban junto al fuego con ardor. Eran los supervivientes. Aquellos que conservaban la capacidad de contar y escuchar historias, de cantar canciones alegres o tristes junto al fuego. Eran los menos modernos, los apartados de la sociedad. Vivían en casas de madera que habían sido construidas junto al bosque. Se nutrían unos a otros de historias y de leyendas y llenaban las palabras de música y de calor.
Pasaron meses. Parecía imposible observar el final de aquel letargo que tenía apresados en sus casas a todos los habitantes de la ciudad. Algunos se perdieron por el camino. Sucumbieron a la locura y a la angustia, y su temor llenó sus casas de sombras que nunca antes habían visto. Pero la mayor parte sobrevivió. La mayor parte consiguió permanecer como soldados en aquel exilio de sí, aquel encierro al que habían sido condenados de un día para otro sin quererlo. El encierro les trajo regalos. Regalos nuevos e inesperados: caricias de las que no se creían capaces, sentimientos de cercanía, aunque los seres amados estuvieran distantes, y un profundo deseo de solidaridad: la convicción de que todos eran miembros de un mismo cuerpo, que había que sanar. Y se sanaban unos a otros luchando contra un único mal.
Fue el único momento de la historia en que los humanos se unieron para combatir por lo mismo. Había un enemigo común, y aquel enemigo no eran otros humanos. No era una lucha de poder: era una lucha por la vida. Y preservar la vida del otro, era preservar la tuya, la mía. Por eso todo cambió. Por eso lentamente nació un entendimiento extraño entre los hombres y las mujeres, donde el sufrimiento dejó de ser ajeno y desconocido y pasó a ser algo familiar. Algo compartido, como se comparte por todo el cuerpo el dolor de una herida en la piel. Y de esa herida empezaron a manar nuevas ideas, nuevas formas de sociedad, nuevos modos de administrar los recursos de la tierra. Otra manera de amar.  Quienes no supieron o no pudieron hacerlo sucumbieron a la enfermedad. Otros permanecieron, pero perdieron a sus seres queridos. Muchos aprendieron a amar, y perdieron igualmente a sus seres queridos, o sucumbieron ellos mismos a la enfermedad: pero en sus corazones la vida todavía latía como un fuego junto a la playa en una calurosa noche de san Juan.
Y ese es el fuego que brilla todavía. El mismo que brillaba ya hace tantos milenios y que muchos creían enterrado. Ese fuego que parecía haberse extinguido, desproveyendo a los humanos de lucidez e inteligencia, volvió a prender como un incendio en un bosque de encinas secas, en pleno verano, y de aquella devastación, nacieron árboles nuevos, el suelo se volvió fértil y fuerte, y los frutos que nacieron de los árboles nuevos, venían cargados de luz y de deseos, de sueños que iluminaron las mentes de los niños y proyectaron un nuevo futuro para la humanidad. Un futuro que desconocemos, pero que está en nuestras manos. En las mías, en las tuyas, en las del desconocido con quien me cruzo cada día en el supermercado. De lo que tu decidas, de lo que decidamos todos individualmente, a cada instante, depende la construcción, o no, de una nueva comunidad. Es una oportunidad preciosa que puede ayudarnos a encontrar, si realmente lo queremos, desde el corazón del infierno, un nuevo paraíso.


4 comentarios:

  1. Me ha encantado poder leer algunas de las sensaciones que estos días me acompañan. Muchas gracias María!!

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  2. Respuestas
    1. Muchas gracias a ti Mardía! Sigamos escuchando lo que esta situación extraordinaria nos pueda decir... Un abrazo!

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