Calles
grises, muros grises, rostros grises. De un día para otro todo se volvió gris.
Las aceras cenicientas se vaciaron de ancianos, de jóvenes y de niños, y en los
parques no quedaba más que un alma solitaria que paseaba a los perros. Tarde o
temprano tenía que llegar. No estaba escrito, pero podría haberlo estado. En
los rincones de las calles, los gatos maullaban mientras devoraban los restos
de la comida del día anterior. Los papeles se arremolinaban en la calzada
empujados por el viento y la angustia se adentró sigilosa a través de las
ranuras de las casas.
Pero
no todo era angustia y temor. En algunos rincones los corazones todavía latían,
y las pupilas brillaban junto al fuego con ardor. Eran los supervivientes.
Aquellos que conservaban la capacidad de contar y escuchar historias, de cantar
canciones alegres o tristes junto al fuego. Eran los menos modernos, los
apartados de la sociedad. Vivían en casas de madera que habían sido construidas
junto al bosque. Se nutrían unos a otros de historias y de leyendas y llenaban
las palabras de música y de calor.
Pasaron
meses. Parecía imposible observar el final de aquel letargo que tenía apresados
en sus casas a todos los habitantes de la ciudad. Algunos se perdieron por el
camino. Sucumbieron a la locura y a la angustia, y su temor llenó sus casas de
sombras que nunca antes habían visto. Pero la mayor parte sobrevivió. La mayor parte consiguió
permanecer como soldados en aquel exilio de sí, aquel encierro al que habían
sido condenados de un día para otro sin quererlo. El encierro les trajo
regalos. Regalos nuevos e inesperados: caricias de las que no se creían
capaces, sentimientos de cercanía, aunque los seres amados estuvieran
distantes, y un profundo deseo de solidaridad: la convicción de que todos eran miembros
de un mismo cuerpo, que había que sanar. Y se sanaban unos a otros luchando
contra un único mal.
Fue
el único momento de la historia en que los humanos se unieron para combatir por
lo mismo. Había un enemigo común, y aquel enemigo no eran otros humanos. No era
una lucha de poder: era una lucha por la vida. Y preservar la vida del otro,
era preservar la tuya, la mía. Por eso todo cambió. Por eso lentamente nació un
entendimiento extraño entre los hombres y las mujeres, donde el sufrimiento
dejó de ser ajeno y desconocido y pasó a ser algo familiar. Algo compartido,
como se comparte por todo el cuerpo el dolor de una herida en la piel. Y de esa
herida empezaron a manar nuevas ideas, nuevas formas de sociedad, nuevos modos
de administrar los recursos de la tierra. Otra manera de amar. Quienes no supieron o no pudieron hacerlo
sucumbieron a la enfermedad. Otros permanecieron, pero perdieron a sus seres
queridos. Muchos aprendieron a amar, y perdieron igualmente a sus seres queridos,
o sucumbieron ellos mismos a la enfermedad: pero en sus corazones la vida
todavía latía como un fuego junto a la playa en una calurosa noche de san Juan.
Y
ese es el fuego que brilla todavía. El mismo que brillaba ya hace tantos
milenios y que muchos creían enterrado. Ese fuego que parecía haberse
extinguido, desproveyendo a los humanos de lucidez e inteligencia, volvió a
prender como un incendio en un bosque de encinas secas, en pleno verano, y de
aquella devastación, nacieron árboles nuevos, el suelo se volvió fértil y
fuerte, y los frutos que nacieron de los árboles nuevos, venían cargados de luz
y de deseos, de sueños que iluminaron las mentes de los niños y proyectaron un
nuevo futuro para la humanidad. Un futuro que desconocemos, pero que está en
nuestras manos. En las mías, en las tuyas, en las del desconocido con quien me
cruzo cada día en el supermercado. De lo que tu decidas, de lo que decidamos
todos individualmente, a cada instante, depende la construcción, o no, de una
nueva comunidad. Es una oportunidad preciosa que puede ayudarnos a encontrar,
si realmente lo queremos, desde el corazón del infierno, un nuevo paraíso.
Me ha encantado poder leer algunas de las sensaciones que estos días me acompañan. Muchas gracias María!!
ResponderEliminarGracias, Inés! Seguimos hacia donde nos lleve la vida...
EliminarBello texto, gracias!
ResponderEliminarMuchas gracias a ti Mardía! Sigamos escuchando lo que esta situación extraordinaria nos pueda decir... Un abrazo!
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