Escucho la quietud del agua transparente,
el canto de los pájaros que esperan
bajo un cielo sin nubes.
Se acerca la primavera.
Me pregunto cómo es posible
esta calma, este silencio,
el sol que derrama su rayos
sobre los campos hoy desiertos.
Esta quietud tan luminosa
convive con la angustia,
con la muerte.
No sé si nuestra libertad es justa
cuando a pocos metros de aquí
decenas de personas agonizan
y otras tantas arriesgan
la propia vida.
Miles de personas mueren
en el planeta cada año
por causas inhumanas e injustas.
Pero ocurre que el sufrimiento,
cuando es sólo un eco lejano,
resbala por la piel endurecida
y aun cuando se hace más cercano
no permitimos que nos toque,
hasta que nos va nuestra vida.
Y decimos: "somos humanos."
No merece llamarse humanidad
quien aun goza del sol,
del agua fresca y transparente
bajo un cielo azulado,
sin sentir en el pecho el dolor
por la sangre que otros han derramado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario