martes, 8 de marzo de 2016

Aura mediocritas


  Hoy me he propuesto como misión principal del día reconciliarme con una palabra a la que tengo auténtica aversión: la palabra mediocridad, del latín "mediocritas".
     Para ello (no vamos a engañarnos) recurro en primer lugar a la wikipedia y leo para mi sorpresa que el término se acuña por vez primera en las famosas Odas de Horacio, quien dice:

Auram quisquis mediocritatem
diligit tutus carem obsoleti
sordibus tecti, caret invidenda
sobrius aula.
    
El que se contenta con su dorada medianía
no padece intranquilo las miserias de un techo que se desmorona
ni habita palacios fastuosos
que provoquen a la envidia.

    
  Me consuela encontrarme con el origen noble de esta palabra, que de inmediato --huyendo según un vicio connatural a mi persona de todo lo que huela a exceso de normalidad--, me remite al bueno de Aristóteles y a su ideal de justicia, siendo en su caso la mediocritas una virtud, cuyas grandezas para educar a los espíritus indómitos en el arte de la templanza, la belleza, el equilibrio y la armonía continuará alabando su discípulo Platón. No menos entusiasmante es remitirse el origen todavía más remoto de la palabra y descubrir que la encontramos ya en los pitagóricos o en algunos mitos todavía más antiguos como aquel en que Dédalo aconseja a su hijo Ícaro, para poder escapar del Laberinto de Creta, volar "ni tan alto que el sol derritiera la cera ni tan bajo que el mar empapase las plumas." Pero Ícaro desobedece, y cae al acercarse excesivamente al sol. Hasta aquí la Wikipedia.
      Pero, ¿qué ocurre cuando la palabra mediocridad, alejada de sus nobles orígenes, queda simplemente rebajada a la actitud del burócrata que se limita a "hacer  lo que le dicen" o la de muchos de nosotros cuando, sumisos, nos hacemos incapaces de ser quienes realmente somos que es lo que único que en definitiva nos permite alcanzar la cúspide de nosotros mismos, la excelencia, sin agravios comparativos de ningún tipo? Parece evidente que hay algo en la historia de este término que ha fallado. Pues si en la antigüedad la mediocritas era casi condición sine qua non para la excelencia, hoy lo es casi para lo contrario. Lo que nos lleva a reconocer en ello un fenómeno de lo más insólito: la palabra que, por excelencia, definía el "justo medio" en los añorados tiempos de la Grecia Antigua, ha caído hoy en la terrible hybris ("desmesura") de significar su opuesto.
     Y esto, queridos amigos, no es más que una nueva constatación de los signos de nuestros tiempos: el capitalismo y la globalización por un lado; cumbayas y hippies alternativos sin mucho eco social por otro; el imperio de la tecnología y las ciencias de la comunicación en la era en que un lenguaje distorsionado ha llevado a una incomunicación absoluta; la necesidad de datos, papeles y firmas para poder fiarnos de una identidad que ya nada tiene que ver con nuestra verdadera esencia, mientras que nuestra palabra ha perdido su autoridad y su valor. 
     ¿No sería entonces infinitamente más sano correr el riesgo de ser devorados, como Ícaro, por los rayos del sol, que permanecer adormecidos a la sombra de montañas y montañas de papeles en el último rincón de un despacho anónimo y anodino? ¿No hay algo en el exceso de mesura que como en la desmesura finalmente nos está deshumanizando? Ojalá la mediocridad fuera realmente mediocritas y los sofistas volviéramos a ser filo-sófos. Tal vez así recordaríamos y recuperaríamos aquella sabiduría de los antiguos que si bien vivían desprovistos de ordenadores, internets, cell phones y what' s up' s, sí sabían al menos discernir entre lo que tenía valor verdadero y lo que carecía de él. Pues desde aquella perspectiva que por desgracia no es ya la nuestra, "ser mediocre" no se situaba en el otro extremo de "ser justo", "bueno", "valiente" o "bello." 

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