lunes, 6 de abril de 2015

Viaje en tren

       
         Sentada en un media distancia en dirección a Girona recupero fuerzas y energía, siento un agradecimiento inmenso hacia la vida y recupero las ganas de escribir. Tengo el privilegio de un ir a un concierto de Lidia Pujol, a quien admiro por su calidez y valentía. Realizar actos heroicos, pero hacerlo de un modo justo y sin envanecimiento. Cultivar el pensamiento.
            El tren avanza implacable hacia su destino. Pienso en aquellos primeros trenes que cogía en los primeros viajes a Alemania. El modo en que abandonaba la estación de origen, como un barco al salir de la bahía, y se internaba entre bosques y montañas hasta conducirme a un pueblo perdido. Eran metáforas del pensar. En aquella soledad y aquella calma sentía de nuevo brotar la vida, el sentido. Pero aquello, al fin y al cabo, no era en realidad sino un reflejo de una actitud interior. Actitud de abandono, de aventura y de riesgo. No era consciente entonces de que no era completamente yo quien elegía. ¿Qué me llevaba a emprender todos aquellos viajes? No lo he descubierto aún.
            Pero ahora, el tren abandona ya la oscuridad de los túneles y se dirige hacia el exterior. Pronto alcanzará la luz del día, encontrará un sol que asoma tímido por detrás de las nubes. El estado de recogimiento y concentración en que ahora me encuentro me hacen sentir que voy en una dirección precisa, que soy conducida por un movimiento constante hacia el lugar en que la calma hace desvanecerse las inquietudes y es posible volver a contemplar los perfiles del horizonte. Voy tras un anhelo de claridad. Busco esa claridad que en ocasiones se encuentra en el agua de los ríos, en los árboles del bosque después de la lluvia o en un atardecer de alta montaña. Pero busco esa claridad como expresión de un paisaje interior, y la busco sin buscarla. De ahí que pueda sentirme conducida. El estado de recogimiento al que he sido llevada hace posible una disposición de la atención que repliega, como se dobla la ropa recién planchada antes de ser introducida en el armario, las pasiones e inquietudes que enturbian mi visión. 
              Esa es la única búsqueda, que yo no realizo pero que lentamente se realiza en mí a medida que el tren recorre la distancia. Siento la claridad en forma de aire que tiene su lugar de origen en la frente y alcanza el centro del estómago mientras mis pulmones se ensanchan. Un cosquilleo que recorre el cuerpo de arriba abajo acompañado del sentimiento de contener ya en sí mismo todo lo necesario. Como si, por una vez en la vida, se estuviera preparado. ¿Para qué? Decir la muerte sería una mentira. Quizá habría que decir más bien: la vida. 

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