lunes, 9 de septiembre de 2019

Gotas de lluvia


Es tarde y aún no he escrito una sola línea.
He querido cerrar los ojos, pero el rumor de la lluvia, constante, como un canto silencioso y nocturno, me invita a regresar a la pluma.
Un sueño inmenso se abre: el sueño de la literatura. Recién finalizado el Festival debo asimilar todavía toda esta inmensidad, esta belleza, esta vía enorme e infinita como un gran canal de color blanco que nos trae agua del cielo.
En mi pecho late una luz que no se apaga. Mi mirada se sumerge en un interior rico de imágenes que señalan la trayectoria de una nueva aventura de palabras.
Sueños, tejidos.
No estamos solos cada vez que encontramos el coraje de nominar lo que vemos.
Los humanos tenemos esta libertad: generamos realidades, mundos paralelos, y esas realidades que construimos constituyen lo que llamamos Realidad.
Cambio constante, dinamismo, escucha.
Silencio que habla y nos mantiene en una actitud de espera, que es esperanza.
Lo realmente interior, lo que llamamos divino, es radicalmente abierto. Encuentra su lugar mejor habitable en las calles, los bancos de las plazas, el ágora de la ciudad. El lugar donde todos se encuentran y donde todos inevitablemente cruzan miradas, conscientes de que ningún secreto existe en las almas que no esté destinado a salir a la luz. Y así nos alumbramos las sombras unos a otros, custodiando el secreto que nos mantiene unidos y que señala lo específico de nuestra condición. Porque lo mejor del lenguaje consiste precisamente en lo que no puede ser dicho, aquello que las palabras cercan.
Ese es quizá el mayor milagro del arte y de la literatura: que mientras existan la historia y el tiempo, el secreto seguirá siempre desvelándose, sin llegar a ser nunca desvelado. Hasta que desaparezca el misterio y con él esta condición actual de la existencia.
Eso es humanidad: desvelar y desvelarnos unos a otros hasta quedar completamente desnudos. Y esa desnudez conquistada con sudor, sangre y esfuerzo, no será la desnudez pudorosa e infantil del paraíso. Será la desnudez de una conciencia limpia: inocencia consciente.
Así, nos queda solo aprender a usar cada vez mejor las palabras, en beneficio del otro en que cada uno se reconoce, a pesar de seguir respetando en él todo el espacio “no conocido” que lo habita, todo lo aún por conocer (que no es lo mismo que desconocido)

El gato se sienta frente al cristal de la ventana y la lluvia apaga lentamente su relampagueante sonido. La mente clara, el cuerpo cansado y todavía sediento, una luz en las pupilas y las ganas irrefrenables de volver a colmar los días, de poder perpetuar en ellos este sueño salado y dulce…

No hay comentarios:

Publicar un comentario