Cada vez estoy más convencida de que no es la inteligencia quien tiene la capacidad de producir cambios realmente sustanciales en la vida de un ser humano, sino el afecto auténtico. Y este pasa por aceptar al otro también (y sobre todo) en sus momentos más difíciles. Donde hay afecto verdadero hay siempre inteligencia (aunque uno sea analfabeto), pero no siempre donde parece haber inteligencia hay auténtica capacidad afectiva, creo.
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